Todos tenemos razón. Pero las razones de unos son diferentes de las de los otros, por el simple hecho de que la razón se enraíza en la subjetividad humana, es inseparable del punto de vista del observador que se sitúa frente al mundo y lo analiza.
Pero, por suerte, también tenemos corazón.
La razón mide, calcula, reflexiona y, finalmente, trata de imponerse mediante argumentos, lo cual implica debates, discusiones, en confrontación con otros argumentos y razones. El corazón siente, medita, piensa, sintoniza. No se sitúa frente al mundo sino en el mundo, no frente a los demás sino con ellos, junto a ellos, desde la empatía y la conciencia de nuestro origen común y compartido.
El islam es el sometimiento de la razón al corazón. Por eso en la postración -el acto de adoración por excelencia: poner la frente sobre el suelo en señal de sometimiento al Creador de los cielos y la tierra- el corazón se pone por encima de la cabeza.
Esto no implica renunciar a la razón, sino darle su lugar. Invita a relativizar el propio punto de vista, desde la humildad, y a tratar de armonizar nuestra razón con un criterio superior, por ser más abarcador. Pues el hombre no se reduce a su cabeza, no es un ego situado frente al mundo, sino un ser creado y acabable, una pasión creativa, hermanado con el resto de las criaturas por su origen en el Uno.
Abdenur Prado
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