domingo, 25 de febrero de 2018

“Ahora uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose”

El filósofo surcoreano Byung-Chul Han, un destacado diseccionador de la sociedad del hiperconsumismo, explica en Barcelona sus críticas al “infierno de lo igual”


El filósofo Byung-Chul Han, ayer en Barcelona. MASSIMILIANO MINOCRI / EPV
Las Torres Gemelas, edificios iguales entre sí y que se reflejan mutuamente, un sistema cerrado en sí mismo, imponiendo lo igual y excluyendo lo distinto y que fueron objetivo de un atentado que abrió una brecha en el sistema global de lo igual. O la gente practicando binge watching(atracones de series), visualizando continuamente solo aquello que le gusta: de nuevo, proliferando lo igual, nunca lo distinto o el otro... Son dos de las potentes imágenes que utiliza el filósofo Byung-Chul Han (Seúl, 1959), uno de los más reconocidos diseccionadores de los males que aquejan a la sociedad hiperconsumista y neoliberal tras la caída del muro de Berlín. Libros como La sociedad del cansancioPsicopolítica o La expulsión de lo distinto (en España, publicados por Herder) compendian su tupido discurso intelectual, que desarrolla siempre en red: todo lo conecta, como hace con sus manos muy abiertas, de dedos largos que se juntan mientras cimbrea una corta coleta en la cabeza.

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“En la orwelliana 1984 esa sociedad era consciente de que estaba siendo dominada; hoy no tenemos ni esa consciencia de dominación”, alertó ayer en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), donde el profesor formado y afincado en Alemania disertó sobre la expulsión de la diferencia. Y dio pie a conocer su particular cosmovisión, construida a partir de su tesis de que los individuos hoy se autoexplotan y sienten pavor hacia el otro, el diferente. Viviendo, así, en “el desierto, o el infierno, de lo igual”.
Autenticidad. Para Han, la gente se vende como auténtica porque “todos quieren ser distintos de los demás”, lo que fuerza a “producirse a uno mismo”. Y es imposible serlo hoy auténticamente porque “en esa voluntad de ser distinto prosigue lo igual”. Resultado: el sistema solo permite que se den “diferencias comercializables”.
Autoexplotación. Se ha pasado, en opinión del filósofo, “del deber de hacer” una cosa al “poder hacerla”. “Se vive con la angustia de no hacer siempre todo lo que se puede”, y si no se triunfa, es culpa suya. “Ahora uno se explota a sí mismo figurándose que se está realizando; es la pérfida lógica del neoliberalismo que culmina en el síndrome del trabajador quemado”. Y la consecuencia, peor: “Ya no hay contra quien dirigir la revolución, no hay otros de donde provenga la represión”. Es “la alienación de uno mismo”, que en lo físico se traduce en anorexias o en sobreingestas de comida o de productos de consumo u ocio.
‘Big data’.“Los macrodatos hacen superfluo el pensamiento porque si todo es numerable, todo es igual... Estamos en pleno dataísmo: el hombre ya no es soberano de sí mismo sino que es resultado de una operación algorítmica que lo domina sin que lo perciba; lo vemos en China con la concesión de visados según los datos que maneja el Estado o en la técnica del reconocimiento facial”. ¿La revuelta pasaría por dejar de compartir datos o de estar en las redes sociales? “No podemos negarnos a facilitarlos: una sierra también puede cortar cabezas... Hay que ajustar el sistema: el ebook está hecho para que yo lea, no para que me lea a mí a través de algoritmos... ¿O es que el algoritmo hará ahora al hombre? En EE UU hemos visto la influencia de Facebook en las elecciones... Necesitamos una carta digital que recupere la dignidad humana y pensar en una renta básica para las profesiones que devorarán las nuevas tecnologías”.
Comunicación. “Sin la presencia del otro, la comunicación degenera en un intercambio de información: las relaciones se reemplazan por las conexiones, y así solo se enlaza con lo igual; la comunicación digital es solo vista, hemos perdido todos los sentidos; estamos en una fase debilitada de la comunicación, como nunca: la comunicación global y de los likes solo consiente a los que son más iguales a uno; ¡lo igual no duele!”.
Jardín. “Yo soy diferente; estoy envuelto de aparatos analógicos: tuve dos pianos de 400 kilos y durante tres años he cultivado un jardín secreto que me ha dado contacto con la realidad: colores, olores, sensaciones... Me ha permitido percatarme de la alteridad de la tierra: la tierra tenía peso, todo lo hacía con las manos; lo digital no pesa, no huele, no opone resistencia, pasas un dedo y ya está... Es la abolición de la realidad; mi próximo libro será ese: Elogio de la tierra. El jardín secreto. La tierra es más que dígitos y números.
Narcisismo. Sostiene Han que “ser observado hoy es un aspecto central de ser en el mundo”. El problema reside en que “el narcisista es ciego a la hora de ver al otro” y sin ese otro “uno no puede producir por sí mismo el sentimiento de autoestima”. El narcisismo habría llegado también a la que debería ser una panacea, el arte: “Ha degenerado en narcisismo, está al servicio del consumo, se pagan injustificadas burradas por él, es ya víctima del sistema; si fuera ajeno al mismo, sería una narrativa nueva, pero no lo es”.
Otros. Es la clave de sus reflexiones más recientes. “Cuanto más iguales son las personas, más aumenta la producción; esa es la lógica actual; el capital necesita que todos seamos iguales, incluso los turistas; el neoliberalismo no funcionaría si las personas fuéramos distintas”. Por ello propone “regresar al animal original, que no consume ni comunica desaforadamente; no tengo soluciones concretas, pero puede que al final el sistema implosione por sí mismo... En cualquier caso, vivimos en una época de conformismo radical: la universidad tiene clientes y solo crea trabajadores, no forma espiritualmente; el mundo está al límite de su capacidad; quizá así llegue un cortocircuito y recuperemos ese animal original”.
Refugiados. Han es muy claro: con el actual sistema neoliberal “no se siente temor, miedo o asco por los refugiados sino que son vistos como carga, con resentimiento o envidia”; la prueba es que luego el mundo occidental va a veranear a sus países.
Tiempo.Es necesaria una revolución en el uso del tiempo, sostiene el filósofo, profesor en Berlín. “La aceleración actual disminuye la capacidad de permanecer: necesitamos un tiempo propio que el sistema productivo no nos deja; requerimos de un tiempo de fiesta, que significa estar parados, sin nada productivo que hacer, pero que no debe confundirse con un tiempo de recuperación para seguir trabajando; el tiempo trabajado es tiempo perdido, no es tiempo para nosotros”.

martes, 13 de febrero de 2018

"Guardar silencio y caminar son hoy día dos formas de resistencia política"

"Guardar silencio y caminar son hoy día dos formas de resistencia política"

Pablo Bujalance entrevista a David Le Breton en Diario de Sevilla


Doctor en Sociología de la Universidad París VII y profesor en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Ciencias Humanas Marc Bloch de Estrasburgo, el pensador francés David Le Breton (Le Mans, 1953) encarna como pocos de sus contemporáneos la mejor tradición intelectual de su país. En España ha publicado con éxito libros como El silencio, Elogio del caminar y Desaparecer de sí: una tentación contemporánea, donde apuesta por formas concretas de resistencia ante la deshumanización del presente. Esta semana pronunció una conferencia en La Térmica, el centro de cultura contemporánea de la Diputación de Málaga, antes de la cual concedió esta entrevista.



-Permítame una pregunta un tanto primaria para empezar: usted defiende el silencio como forma de resistencia, pero ¿de dónde nace el ruido?

-Buena parte de nuestra relación con el ruido procede del desarrollo tecnológico, especialmente en su carácter más portátil: siempre llevamos encima dispositivos que nos recuerdan que estamos conectados, que nos avisan cuando hemos recibido un mensaje, que organizan nuestros horarios a base de ruido. Esta circunstancia ha venido a incorporarse a las que ya habían cobrado forma en el siglo XX como hábitos contrarios al silencio, especialmente en las grandes ciudades, gobernadas por el tráfico y numerosas variedades de contaminación acústica. En este contexto, el silencio implica una forma de resistencia, una manera de mantener a salvo una dimensión interior frente a las agresiones externas. El silencio nos permite ser conscientes de la conexión que mantenemos con ese espacio interior, la visibiliza, mientras que el ruido la oculta. Otra manera que tenemos de conectar con nuestro interior es el caminar, que transcurre en el mismo silencio. Quizá el mayor problema es que la comunicación ha eliminado los mecanismos propios de la conversación y se ha hecho altamente utilitarista a base de dispositivos portátiles. Y la presión psicológica que soportamos para hacer acopio de ellos es enorme.

-¿Es más fácil cultivar y fomentar el silencio en Oriente que en Europa y EEUU, por ejemplo?

-Sí, en la tradición japonesa hay una noción muy importante de disciplina interior que ha cristalizado en sistemas de pensamiento como la filosofía zen. Digamos que en Oriente hay mucho camino andado, pero las invasiones contra las que conviene oponer resistencia son ya las mismas.

-¿Qué respondería a quienes sostienen que el silencio es una confesión de la ignorancia?

-El silencio es la expresión más veraz y efectiva de las cosas innombrables. Y la toma de conciencia de que hay determinadas experiencias para las que el lenguaje no sirve, o no alcanza, es un rasgo decisivo del conocimiento. En este sentido, tradiciones como la cristiana, en la que el silencio es muy importante, resultan reveladoras: la sabiduría va a dirigida a comprender lo que no se puede decir, lo que trasciende el lenguaje. En esta misma tradición, el silencio es una vía de acercamiento a Dios, lo que también puede interpretarse como un conocimiento. Podemos utilizar el silencio para conocernos mejor a nosotros mismos, para aislarnos del ruido. Y éste es un valor a reivindicar en el presente.

-En cuanto al desaparecer de sí, pienso en la psicología constructivista y en autores como Jean Piaget. ¿Sería posible formular una psicología de la deconstrucción para la personalidad?

-Sí, es posible llegar a eso a través de una disciplina, un ejercitarse en el silencio. Como te contaba, en Japón esta disciplina es algo muy común. Podemos ir abriendo en nuestra rutina diaria huecos para el silencio, para meditar y encontrarnos con nosotros mismos, y con la disciplina adecuada esos huecos serán cada vez mayores. Mi mayor experiencia en este sentido, la definitiva, fue en el Camino de Santiago: cuando al fin llegué a Compostela, comprendí que me había transformado completamente después de numerosos días en marcha y en absoluto silencio. Fue un renacimiento.

-En Francia tienen ustedes una gran tradición del caminar con Balzac y la figura del flâneur.

-Sí, el caminar en las ciudades, el vagar sin una meta concreta. No sólo Balzac, también Flaubert lo defendía. Y para los situacionistas se convirtió en un asunto fundamental. Caminar es otra forma de tomar conciencia de sí, de reparar en el propio cuerpo, en la respiración, en el silencio interior. Hay quienes en la Edad Media se liaban a caminar en el desierto, pero la práctica del caminar en las ciudades encierra connotaciones relacionadas con el placer. Se trata de disfrutar con lo que percibes, de deleitarte con los atractivos que la ciudad te ofrece a través de los sentidos. Es una actividad hedonista. Jean Baudrillard y los intelectuales de la estela sartreana también lo definieron así, como una práctica contraria al puritanismo.

-¿Es por esa calidad de resistencia por la que a quien camina sin rumbo se le tacha de loco?

-Así es, y por eso el caminar, como el silencio, es una forma de resistencia política. A la hora de salir de casa y moverte te ves de inmediato intervenido por criterios utilitaristas que te aclaran perfectamente a dónde tienes que ir, por qué camino y en qué medio. Caminar porque sí, eliminando de la práctica cualquier tipo de apreciación útil, con una intención decidida de contemplación, implica una resistencia contra ese utilitarismo y de paso también contra el racionalismo, que es su principal benefactor. La marcha te permite advertir lo hermosa que es la Catedral, lo juguetón que es el gato que se esconde ahí, los colores de la puesta de sol, sin más fin, porque ése es todo su fin: la contemplación del mundo. Frente a un utilitarismo que concibe el mundo como un medio para la producción, el caminante asimila el mundo contenido en las ciudades como un fin en sí mismo. Y esto, claro, es contrario a la lógica imperante. De ahí la vinculación con la locura.

-Sin embargo, con su transformación en centros comerciales, y pienso en el mismo corazón de Málaga, ¿no se han convertido las ciudades en los peores enemigos de los caminantes?

-Sí, no le falta razón. De hecho, todas las grandes ciudades, ya sean París o Tokio, se han convertido ya en superficies comerciales. Es muy importante que las ciudades encuentren un equilibrio entre los recursos que garantizan su prosperidad y la calidad de vida de quienes residen en ellas. De otra manera, las ciudades se convierten en entidades deshumanizadoras. El hecho de caminar en sus calles sin interés alguno en comprar ni en gastar dinero, sólo en vagar sin rumbo de aquí para allá, porque sí, también es una forma de hacerlas más humanas, de rebelarse contra las órdenes que convierten todas y cada una de las interacciones humanas en un proceso económico.

-De vuelta al silencio, ¿no ha sido la industria cultural uno de los principales cauces del ruido en el último medio siglo?

-Sí, eso es. Estoy de acuerdo. En mi libro El silencio me ocupaba de este asunto. Porque al final la industria cultural viene a ser una forma del poder político. Una actividad cultural debería ir encaminada a que cada uno se encontrara consigo mismo, se reconociera en su interior, entablara un diálogo íntimo sin salir de sí, ayudándose de los instrumentos que la cultura debiera poner a su alcance. Pero en lugar de eso tenemos una cultura que es cada vez más de masas y menos de personas, en la que es imposible reconocerse. También es importante oponer resistencia a las formas invasivas de la cultura mediante el silencio.