Su origen y carácter hispanomusulmán
Por R. H. Shamsuddín Elía
EL CAUDILLO DE LA GUERRA GAUCHA
UNA BATALLA NAVAL GANADA POR LA CABALLERIA
EL TESTIMONIO DE
LAS INSIDIOSAS CONTRADICCIONES DE SARMIENTO
EL MEJOR ALUMNO DEL IMPERIALISMO
FORJADORES DE LA PRIMERA INDEPENDENCIA
NAIDES ME PUEDE QUITAR
AQUELLO QUE DIOS ME DIO
(del Martín Fierro)
El personaje del gaucho, errante y solitario, es el símbolo de la más genuina tradición del pueblo argentino. Hábil jinete, domador y resero, poseedor de cualidades como la cortesía, el altruismo y el valor, fue quien combatió con mayor denuedo a ingleses y españoles por igual en la llamada "Guerra Gaucha" durante la primera mitad del siglo XIX, de la cual surgió por primera vez una Argentina libre e independiente. Sus orígenes, sin embargo, se remontan a principios del siglo XVI, cuando sus antepasados los moriscos se fugan de España a América iniciando esa larga huella de persecuciones, sufrimientos y soledades que modelaron su idiosincracia y características.
Esta tesis, amparada en investigaciones de escritores y tradicionalistas argentinos de la talla de Leopoldo Lugones, Federico Tobal, Emilio Daireaux y Carlos Molina Massey, o las del propio presidente Domingo E Sarmiento, apunta fundamentalmente a consolidar la hermandad de razas y culturas de cuatro continentes profundamente fusionadas. Hoy, la perversidad del sistema capitalista toma su venganza contra la libre e irreprensible originalidad, llevando a la humanidad a los límites de la alienación y la desesperación. El hombre, sin embargo, guiado instintivamente por la Sabiduría y la Naturaleza Divinas, lenta pero seguramente vuelve el rostro hacia sus más puras raíces y tradiciones, anudando lazos históricos, para sentirse armado, sobrevivir y triunfar. No hay para ello mejor coraza que la representada por la Memoria, la Identidad, la Autoestima, la Ideología y la Fe.
El tema del gaucho, empezando por la palabra misma que lo nombra, ha originado una infinidad de trabajos que comportan hipótesis diversas, lo cual, para nosotros, tiene una explicación: cuando una sustancia es compleja, las definiciones no pueden ser simples, y esto vale mucho más cuando se trata de una entidad histórica, extensa en cuanto a su geografía física y espiritual.
La premisa vale también para el caso de este valioso estudio de R. H. Shamsuddín Elía, en cuyo texto hay una búsqueda del "origen y carácter hispanomusulmán" del personaje, y también una relación entre el pasado morisco y lo religioso del mundo gaucho, tan claramente visible en el Martín Fierro. El autor ha tenido que mascar mucho para echar esta bravata y el resultado, en los aspectos históricos, muy poco deja por desear.
Faltaba, sin duda, un trabajo como el presente que pusiese al día todo lo rastreado y elaborado para reconstruir una historia apasionante, capítulo fundamental de la historia argentina. Como historiador e investigador de nuestra cultura criolla considero oportuno y necesario, sin embargo, señalar algunos puntos, diríamos de complementación antes que de divergencia, que conciernen al tema.
El autor cita a Richard W. Slatta en que este profesor de Carolina del Norte expresa: "Los hispanistas acentúan las raíces andaluzas o árabes de la cultura ecuestre de la pampa". Sin negar tal aserto es menester señalar que el gaucho más prototípico se da también en provincias de muy escasa o nula influencia andaluza, como Entre Ríos y Corrientes, sin olvidarnos de Río Grande del Sur, donde sigue habiendo cultura ecuestre.
En cuanto a la etimología de la palabra gaucho, la cuestión no es sencilla y lo que hay escrito, a raudales, así lo confirma. No vale la pena discutir este verdadero "botón de pluma" idiomático, rodeado de posturas tan diversas que van, por ejemplo, de la de Roberto Lehmann-Nitsche quien en 1927 descubre orígenes gitanos al bendito término, hasta la de Berta E. Vidal de Battini, quien lo deriva de gaudio y camilucho. Compartimos esta última tesis, a partir del hecho que la palabra aparece escrita por primera vez en Río Grande del Sur y la Banda Oriental. También tienen razón quienes buscan el origen en una formación mixta de castellano y araucano.
En resumidas cuentas, R. H. Shamsuddín Elía, con rigor y buena oportunidad, vuelve aquí sobre un protagonista sudamericano cargado de valores, y que vive a través de insignes encarnaciones, como la de aquel llanista llamado Juan Facundo Quiroga, emergente en 1825 con la bandera fundamental de "Religión o Muerte", para escándalo de los Iluministas portuarios, hoy posmodernos. Ese Facundo al que, hace unos años, le cantamos de este modo:
Religión o muerte
vidalítá.
El moro es un celaje cuando avanza
El moro es río por el arenal.
El Sapo del Diluvio ídeologiza
Pero mí moro sabe mucho más.
Religión o muerte
Ayatollah
Fermín Chávez
Bienvenidos sean esos jinetes indómitos, que con sus chuzas inquebrantables y sus corazones que bombean sangre de mártires nos legan desde las fuentes hondas y cIaras de la argentinidad, de las entrañas vivas de la tradición e identidad, y de lo más humano y perenne que tiene la historia: las luchas por la Luz, la Verdad y la Justicia contra la oscuridad, la Opresión y la Mentira.
Hoy no es casual el empeño que se pone para desdibujar y hacer olvidar los sacrificios que posibilitaron aquella primera independencia. Quitadle a un pueblo sus raíces místicas y heroicas, y no pasará de ser una tenencia militar, o algo peor: una factoría de mercaderes y prestamistas.
El gaucho libertario no fue tan sólo el guerrillero pugnaz que anima dirige la montonera en los entreveros, o bien en las cargas a toda rienda y coraje, y a todo grito, para que los batallones británicos, los tercios del rey español o las huestes mercenarias de la oligarquía porteña sepan que ya está tronando el escarmiento. Algo más se anima en su alma agreste y bravía. Hay algo en él, del espíritu de los profetas, de Jesús Nazareno, escuchando a toda hora el dolor de los humildes, de los que tienen hambre de pan y sed de justicia. No es ninguna casualidad que dos notorios personeros de la civilización e interés de Europa, como vieron el escritor y político Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) y el general unitario José María Paz (1791-1854), se empecinaran en amparar al caudillo de La Rioja y líder de las montoneras gauchas, el general Facundo Quiroga (1793-1835) apodado "El tigre de los llanos", con el máximo profeta del Islam, Muhammad lbn Abdallah, la Bendición y la Paz sean con él y su descendencia purificada, que es conocido en Occidente por deformación fonética del árabe como "Mahoma", denominado "Sello de los Profetas", que vivió entre los años 57º y 632 d.C., el Mensajero del Unico Dios
Advierte Sarmiento en su polémica obra Facundo:
El caudillo que en las revueltas llega a elevarse, posee sin contradicción, y sin que sus secuaces duden de ello, el poder amplio y terrible que sólo se encuentra en los pueblos asiáticos. El caudillo argentino (Quiroga) es un Mahoma que pudiera a su antojo cambiar la religión dominante y forjar una nueva (Domingo F. Sarmiento, Facundo, ed. Losada, Buenos Aires, 1938, págs. 65-66).
Asimismo, Paz destaca en su memorial la "peligrosidad" del gaucho riojano:
...fácil es comprender cuanto se hubiera robustecido el prestigio de este hombre no común (Quiroga), si hubiese sido vencedor en la Tablada (batalla cerca de la ciudad de Córdoba, 23 de junio de 1829, entre las montoneras de Quiroga y el ejército unitario de Paz). Las creencias vulgares se hubieran fortificado hasta el punto, que hubiera podido erigirse en un sectario, ser un nuevo Mahoma, y en unos países tan católicos, ser el fundador de una nueva religión, o abolir la que profesamos. A tanto sin duda hubiera llegado su poder, poder ya fundado con el terror, cimentado sobre la ignorancia crasa de las masas... (José María Paz, Memorias Póstumas, Hyspamérica, Buenos Aires, 1988, vol. III, págs. 23-24).
El historiador nacionalista argentino Atilio García Mullid en su libro Proceso al liberalismo argentino (Peña Lillo Editor, Buenos Aires, 1974), aporta esclarecido análisis:
El esquema sarmientino de "civilización o barbarie" es una síntesis preciosa, que guarda todo el secreto de esta historia. Porque si se comprobara su falacia, si llegara a establecerse que los "bárbaros" no eran los bárbaros y que los "civilizadores" no tenían ni pizca de civilizados, la historia oficial se derrumbaría como una casa de papel y buena parte de los próceres quedarían a la intemperie. Este desbarajuste nos obligaría a repensar toda la historia argentina; y perecería esta novela histórica, de ángeles y pistoleros, que sirvió para humillar a la Nación y descalificar al pueblo (págs. 163-164).
El político y jurista Juan Bautista Alberdi (1810-1884), redactó en 1852 las "Bases para la organización política de la confederación argentina", sobre las cuales se elaboró ese mismo año la Constitución. Allí se dice lo siguiente: No son las leyes las que necesitamos cambiar: son los hombres, las cosas. Así se condenaba a los "bárbaros" caudillos y a las masas rurales "ignorantes" al exterminio físico y al entierro histórico.
El escritor y político argentino John William Cooke (1920-1968) en una carta dirigida al diario "La Epoca", en 1950, señalaba entre otros conceptos y aclaraciones:
Hay que regar el suelo argentino con sangre de gaucho, que es lo único humano que tienen, dice Sarmiento, sediento de esa sangre que se había derramado generosamente para lograr y defender nuestra independencia. Cien años de civilización no harán de un gaucho un buen obrero inglés, afirma Alberdi. Este era el pensamiento de la oligarquía. Lo antiamericano, lo anticriollo, lo antiargentino, fue exaltado precisamente por aquellos americanos, por aquellos criollos, por aquellos argentinos que, constituidos en clase dirigente, pretendían hacer olvidar su origen, su sangre, su idioma. Renegaban de la tierra, para igualarse a los conquistadores y a los amos imperialistas, con la conocida intransigencia de todo neófito. El entonces diputado nacional peronista agrega más adelante: La oligarquía argentina nunca creyó en el pueblo. Ni en el pasado ni en el presente. Siempre se coaligó con el extranjero en contra de las masas populares. Y cuando recogieron el lógico repudio del hombre de la tierra, afirmaron que el pueblo era incapaz: "Hay que educar al soberano". Para que no pudiera expresarse en los Comicios, le hicieron fraude político. Y le hicieron fraude en la historia, para impedirle conocer el origen de la entrega, de la ignominia, del vasallaje. En el país hemos terminado con la falsedad del sufragio. Debemos también destruir la superchería histórica. Para que el pueblo sepa que los que le niegan capacidad en el presente, son los que lo despreciaron en el pasado. Que los que le mienten hoy, son los encubridores de los que mintieron ayer. Que los que lo agravian ahora, son los continuadores de los que lo agraviaron antes: "bárbaro", "gaucho", "chusma", "descamisado". El "descamisado" reconoce en el montonero, en el gaucho, en la "chusma", a sus hermanos de sufrimiento y de lucha... (publicada en la revista Crisis, Buenos Aires, marzo 1975, págs. 20-
EL CAUDILLO DE LA GUERRA GAUCHA
Y que evocación mejor de ese montonero, de ese gaucho, de ese descamisado, que recrearnos en la figura señera del Libertador de Salta, el mártir general Martín Miguel de Güemes, o para decirlo con las palabras que a él más le gustaban: "el Gaucho Güemes".
Nacido el 8 de febrero de 1785 en la ciudad de Salta, cuatro caminos tiene delante de sus ojos adolescentes: hacia Chuquisaca (hoy Bolivia), las leyes; hacia Córdoba, el sacerdocio; hacia la propiedad heredada, la casta de los pelucones y terratenientes; y hacia Buenos Aires, la carrera de las armas. Y es ésta la que elige, porque a manera del cóndor, que a la distancia olfatea la tempestad, presiente que la Colonia ha de transformarse en Patria; y que los hijos de la tierra, irguiéndose sobre la esclavitud, tomarán las lanzas y las boleadoras, las tercerolas y los lazos, montarán a caballjuna! (interjección que denota júbilo, sorpresa, etc., y también desafío) al viento; y al galope irán a sujetar la rienda en el ángulo de la Quebrada, allá en el vértice del martirio donde se juntan la vida y la muerte.
La montonera gaucha esa fraternal amalgama ecuestre de llaneros riojanos y santiagueños, entrerrianos y santafesinos, de indios abipones y montañeses salteños y jujeños es invisible en el acecho, envolvente en los entreveros y flamígera en las cargas. En su guerra de guerrillas son ayudados por la naturaleza creada por Dios: las pampas y montañas no solamente presencian la contienda, sino que se incorporan al gauchaje y participan en la gesta sublime, con sus riscos y precipicios, con sus breñas y espinillos, con sus torrentes y huracanes, con sus cóndores y aludes: con las neblinas que engañan y las lluvias que empantanan, con los churquis y cardones que alargan sus espinas corno zarpas. Así las sierras, los ríos, las selvas y llanuras conjuran a sus fuerzas telúricas, para permitir avanzar a los subversivos, que no trepidan en tender los lazos y las boleadoras para enlazar soldados, generales y cañones, y traérselos atados a la cincha. Es el alma de la montonera: la montonera batallona y sensitiva, hecha de fiero metal para la pelea, de blanco amancay para el romance y de piadosa oración bajo el cielo infinito que se une solidario al horizonte que perfila el tacuaral.
Y nos preguntamos: ¿qué son las hazañas legendarias que evoca el Cantar de Rolando y Mío Cid, o los mitos de Arturo y Robin Hood, comparadas con la Guerra Gaucha? No es el caso de contestar a la pregunta porque en la misma interrogción está la respuesta.
Pero, ¿cómo fue aquello que se perdió en la polvareda de la historia? ¿Cómo evocar estos recuerdos inefables? Bastará el esbozo de un solo día de la epopeya bárbara para darnos una idea.
UNA BATALLA NAVAL GANADA POR LA CABALLERIA
En la invasión inglesa a Buenos Aires de 1806, fueron gauchos los que, con más denuedo que organización disciplinada, intentaron oponer sus recursos de paisanos a los aguerridos batallones de la Rubia Albión.
Son los tiempos en que la acción libertadora conocida como la Reconquista se encuentra en su fase final. Esta se había iniciado con el desembarco de las fuerzas patriotas provenientes de la Banda Oriental (Uruguay), comandadas por el capitán de navío Santiago de Liniers (1753-1810), el 4 de agosto en Las Conchas (hoy puerto de Tigre), y había continuado con la toma del baluarte inglés del Retiro, en el extremo norte de la dudad, durante la madrugada del 11 de agosto.
Al anochecer de esa misma jornada, mientras los ingleses montan nerviosa guardia en el centro de Buenos Aires, las tropas de Liniers se desplazan silenciosamente hacia ellos desde el Retiro. En el transcurso del avance comienza la incorporación masiva y entusiasta de la población de la capital a la fuerza reconquistadora. Centenares de hombres y niños se pliegan a las filas de Liniers, reclamando armas para participar en la lucha. Los cañones son arrastrados a pulso, a través del barro, por cuadrillas de muchachos, hecho que permite a Liniers alcanzar su objetivo en la madrugada del 12 de agosto.
El cronista y capitán inglés Alexander Guillespie, testigo presencial de aquellos sucesos, en su libro Gleanings and Remarks (Apuntes y Observaciones), publicado en Londres en 1818, especie de diario personal, cuya traducción apareció en la Argentina en 1921 bajo el título de Buenos Aires y el Interior reeditada luego por la colección Biblioteca Argentina de Historia y Política (volumen 22), Hyspamérica, Buenos Aires, 1986, testimonia el miedo y el desprecio de los invasores anglosajones hacia las clases bajas de Buenos Aires y su particular forma de encarar el combate:
"Durante la noche del 11 un ladrar constante de perros se oyó en dirección al Retiro y su vecindad, que indicaba algunos movimientos extraordinarios. El alba del 12 nos mostró las iglesias y casas llenas de gente, que solamente esperaba la aproximación de Liniers para cooperar en el alzamiento general... Con mi anteojo podía percibir el clero inferior particularmente activo en manejar sus armas y dirigir las tropas que tenían abajo... Nuestra última resistencia se hizo a las once, en la plaza del Mercado, donde el valiente regimiento 71 se formó con cañones en cada flanco y uno en el centro... Como finta para atraer al enemigo, tan inmensamente superior, el 71 retrocedió, pero sin su deseada consecuencia. Nada podía decidirlo a la lucha abierta con todo su número. Cada minuto disminuía el nuestro, y la humanidad exigía que hombres tan valientes no se expusieran como blanco a la puntería de una multitud sanguinaria aunque cobarde. (pág.80)"
Amanecía recién en aquel día memorable de la reconquista. La noche anterior había llovido copiosamente, soplando luego un violento viento del oeste, que corrió hacia adentro al Río de la Plata. Desde las primeras horas de la mañana toda la ciudad está ya en rebelión. Desde las azoteas, balcones y campanarios se hace fuego de fusilería sobre las tropas inglesas. Por las calles que conducen a la Plaza Mayor (hoy Plaza de Mayo), avanzan en tropel las fuerzas de la insurrección envueltas en el humo de las explosiones y el retumbar de los disparos. Liniers, instalado con sus lugartenientes en el atrio de la iglesia de la Merced (ubicada en la esquina de las calles Tte. Gral. Perón y Reconquista), ha perdido el control de las operaciones: sus soldados, mezclados con el pueblo que pelea a mano desnuda, no escuchan ya las voces de los oficiales, y se lanzan en un solo impulso a aniquilar al invasor. Un diluvio de fuego se desata sobre las posiciones británicas en la plaza. Allí, al pie del arco central de la Recova, está Beresford, pálido y poco flemático, con su espada desenvainada, rodeado de los escoceses del 71. Esta es la última tentativa de resistencia de los europeos. Las descargas incesantes abren sangrientos claros en las filas británicas. A los pies de Beresford cae, ultimado de un balazo, su ayudante, el capitán Kennet. El general inglés comprende que ya no es posible continuar la lucha, pues sus tropas serán aniquiladas hasta el último hombre. Ordena entonces la retirada hacia el Fuerte (hoy Casa Rosada). Allí, momentos más tarde, iza la bandera de parlamento. Volcándose como un aluvión en la plaza, los soldados y el pueblo llegan hasta los fosos de la fortaleza, dispuestos a continuar la lucha y exterminar a cuchillo a los británicos. En esas circunstancias arriba Hilarión de la Quintana, enviado por Liniers a negociar la rendición. Esta deberá ser incondicional. La muchedumbre, terriblemente enardecida es a duras penas contenida. Se exige a gritos que Beresford arroje la espada. Un capitán británico lanza entonces la suya, en un intento por calmar a la multitud. Pero eso no conforma a las masas, y Beresford debe aceptar, aun antes de que sus soldados hayan depuesto las armas, que una bandera española sea enarbolada sobre la cima del baluarte. A las 3 de la tarde del 12 de agosto de 1806, el pequeño ejército inglés, reducido ahora a menos de mil mosquetes (en las playas de Quilmes, el 25 de junio, había desembarcado un total de 1635), marchó hacía el Cabildo, en la Plaza Mayor entre dos filas de milicianos criollos, donde hubo de rendir sus banderas, estrellando muchos de los vencidos sus armas contra el suelo, frustrados e indignados por haber sido derrotados por aquellos "andrajosos"... "plebe frenética, que parecía asumir para sí el poder soberano...", como cita el cronista Guillespie.
En esos mismos gloriosos instantes en que la Patria nacía acunada entre ponchos y chiripás, por los arrabales septentrionales de la urbe que por entonces contaba con unos 471 mii habitantes entraba un gallardo y joven jinete con el pingo al galope tendido. Por su poncho colorado mostraba que era un gaucho salteño. Era el alférez Martín Miguel de Güemes del Regimiento "Fixo" de Buenos Aires. El gaucho Güemes que tenía 21 años por entonces, venía galopando desde la madrugada del día anterior, por el camino de postas, proveniente de La Candelaria, paraje situado a 79 leguas (395 kilómetros) de Buenos Aires. Traía un despacho del virrey Sobremonte a Liniers, cumpliendo tamaña hazaña en menos de treinta horas. Esto que en la actualidad parece una quimera, en aquellos tiempos era sólo una cuestión de "tener lo que hay que tener" y "cinchar duro y parejo" como buen paisano (ver Luis Güernes, Giiemes Documentado, Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1979, vol. 1, págs 64-71).
Al presentarse ante el héroe de la Reconquista, de quien era el edecán y su principal ayudante, apenas pudo tomar un breve respiro. Una nueva y difícil misión le aguardaba, como ahora veremos.
Por el lado del río ocurrieron algunos hechos extraordinarios ese famoso 12 de agosto. Los pocos barcos pequeños que les habían quedado a los británicos, después del temporal de la noche anterior, se acercaron al Retiro para tirar sobre ese punto y sobre todo el bajo, desde allí hasta el Fuerte. En las primeras horas de la tarde, las fuerzas criollas colocaron en batería a dos piezas de 18 libras, que pusieron fuera de combate a un pequeño barco inglés y a la sumaca La Belén de las españolas que el almirante Sir Home Riggs Popham (1762-1820) había capturado en el Riachuelo.
El Justina, un buque mercante artillado con 26 piezas y tripulado con más de cien soldados, oficiales y marineros, cuyo palo mesana había sido tronchado de un cañonazo el día anterior, había estado disparando casi toda la tarde sobre las fuerzas de la reconquista, no sólo por la ribera y sobre la Alameda (hoy avenida Leandro N. Alem), sino también en las diferentes calles que ocuparon, expuestas a su fuego. Desconociendo los secretos de la navegación en el río, quedó varado por una súbita bajante a unos 400 metros de las barrancas de la Plaza de Toros en el Retiro (hoy Plaza San Martín), lo que fue advertido por los centinelas de la batería Abascal emplazada en las cercanías donde actualmente se halla el monumento ecuestre en honor al Padre de la Patria.
El eminente tradicionalista argentino Pastor Servando Obligado (1841-1924) publicó en el diario La Razón del 12 de agosto de 1920 (asequible en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional) un artículo intitulado Güemes en Buenos Aires. Transcribimos enseguida parte de dicho artículo, porque el autor da como protagonista del episodio del "Justina" al futuro general Güemes:
Antes de ser general fue soldado, como ante todo, salteño, y sobre todo, patriota de nacimiento. Afiló la espada que había de sablear chapetones hasta la más lejana frontera en piedras de estas calles, ensayando las memorables cargas de su renombre por sierras y montañas, en la playa del Plata, cuya bajante dejó en seco al buque de guerra inglés, cooperando a su abordaje... Luego, más adelante, se refiere al instante en que Liniers envía a su edecán hacia el Retiro con un parte de guerra:
"Ud., que siempre anda bien montado; galope por la orilla de la Alameda, que ha de encontrar a Pueyrredón, acampado a la altura de la batería Abascal, y comuníquele orden de avanzar soldados de caballería por la playa, hasta la mayor aproximación de aquel barco, que resta cortado de la escuadra en fuga..." (Es de advertir que esta orden sólo era de aproximarse al buque, sin referencia a su abordaje). Menos tardó el ayudante Güemes en recibir la orden que en transmitirla, como los gauchos de Pueyrredón, ganosos porque no se le escapara la presa en salir al galope tendido por la playa".
Pueyrredón al recibir el despacho puso inmediatamente bajo el mando de Güemes la única tropa montada de que disponía, no más de 30 gauchos armados con lanzas, boleadoras, facones, sables y algunas tercerolas. Estos no trepidan en descender la empinada barranca y zambullirse en el brumoso río. Con sus caballos metidos en el agua hasta los ijares, se lanzan intrépidos tacuara en mano en una carga asombrosa, pocas veces registrada en la historia militar: el abordaje a caballo de un buque de guerra de la marina más poderosa del mundo de aquel entonces. Los bravos paisanos alentados por el alférez salteño asaltan la nave agresora y rinden a su tripulación luego de breve y reñido combate. Los británicos abordados, muchos de ellos artilleros y tiradores excelentes, habían sido doblegados por el estupor de ver surgir repentinamente esos centauros marinos emponchados que los acometían y trepaban sobre sus amuras con una vehemencia inaudita. Por algo dijo el escritor y poeta argentino Arturo Capdevila (1889-1967), que en Güemes "puede haber un abencerraje escondido en su corpachón atlético" (La Prensa, 8/4/62).
En la actualidad esas aguas cruzadas por gauchos a caballo capitaneados por Güemes, ya no son más aguas. El lugar que cubrían ha sido ganado al río. Es tierra firme y, en ese punto geográfico en que el prócer conquistó un trofeo, hoy se encuentra la Plaza Fuerza Aérea Argentina.
El heroico episodio de la toma del "Justina", prácticamente ignorado por la enseñanza oficial, ha sido acreditado por numerosos historiadores de reconocido prestigio.
La estrepitosa derrota de las fuerzas invasoras inglesas por la acción popular de Buenos Aires en 1806 marca el nacimiento de la conciencia nacional argentina, la cual daría lugar al sentimiento de independencia del yugo español. Era la primera efusión de una patria que nacía en los corazones: integración soberbia y generosa de las esencias indígenas, africanas e hispanomusulmanas, sueño de redención de las masas humildes y sufridas que preferían morir en la ley rústica de sus orígenes antes que prosperar en la ley postiza de los invasores europeos. Por eso el jefe de la también
Esta malquerencia causada por la derrota y los desengaños sufridos se reflejarían en la literatura británica. Al escritor escocés Sir Walter Scott (1771-1832), famoso autor de novelas históricas como lvanhoe y Quentin Durward, el despecho y la deshonra de las armas inglesas le arrancaron estas palabras cargadas de rencor y desaliento:
Las vastas llanuras de Buenos Airesdice no están pobladas sino por cristianos salvajes, conocidos bajo el nombre de "huachos" (por decir "gauchos"), cuyo principal mobiliario son los cráneos de caballos, cuya única comida es la carne cruda con agua, cuya única ocupación es apresar ganado cimarrón y cuya principal diversión es montar un caballo hasta reventarlo. Lamentablemente añade el "romántico civilizador" prefirieron su independencia nacional a nuestros algodones y muselinas (Vida de Napoleón Bonaparte; tomo II, Cap. 1).
Pero, ¿quienes eran y de dónde venían esos terribles gauchos que poblaban la pampa infinita e indómita y que tantos reveses y amarguras habían hecho padecer a los súbditos de la raposa Inglaterra?
El eminente escritor e investigador musulmán argentino lbrahim Hallar (1915-1979), en su interesantísimo estudio "Descubrimiento de América por Los Arabes" (edición del autor, Buenos Aires, 1959, págs 11-12), confirma la tesis de tantos académicos e historiadores que afirma la procedencia hispanomusulmana del gaucho:
...el alma agarena (10), después de ocho siglos históricos de convivencia trasplantóse a estos solares con todas sus virtudes y defectos. De ahí surgen los gauchos de las pampas argentinas, "de aquella fineza de raza que produjo en nuestras pampasrepitiendo palabras del escritor argentino Enrique Larreta, el milagro del gaucho";Los llaneros de Colombia y sus hermanos de sangre del resto de las Américas del Sur y del Centro. EL árabe está aquí de incógnito, diluido, desconocido, pero está. La clase dirigente española no envía en su Conquista a las Indias Occidentales (América), a ningún lego moro "ni siquiera para construir acequias", según un edicto del Rey Fernando. (...) "España dice Santiago M. Peralta en su Libro Influencia del pueblo Árabe en la Argentina, no permitía venir a América primitiva sino a los españoles católicos. El elemento humano, el soldado que llegaba con los conquistadores, era morisco, moro cristianizado, (...) La soldadesca reclutada en las campañas castellanas, sobre todo en la región extremeña, es típicamente moruna y ello lo indican las características raciales: pelo negro, ondulado y barba negra cerrada, ojos negros, firmes, y piel morena. Ese tipo de hombre es el que se perpetúa en América. (...) Vicente Fidel López, autoridad indiscutible en la historiografía argentina, en su Manual de Historia Argentina (pág. 188), dice sobre los elementos primitivos de la población virreinal del Río de la Plata: "Sería muy difícil decir hoy en qué grado ha contribuido a nuestra población tal o cual provincia de España. Lo probable es que nuestros principales pobladores hayan salido de los puertos de Andalucía y de Galicia, por haberse armado en ellas y partido la mayor parte de las expediciones y emigraciones que tomaron el camino del Río de la Plata. De manera que si se quisiera ir al análisis químico de nuestra sangre, no pocos globulillos de ella cantarían en "árabe" Los reyes españoles, finalizada la lucha de España, daban ocupación a sus adelantados, capitanes, guerreros de profesión y con la soldadesca, desagotaban el caudal sanguíneo y religioso de los españoles islamitas, conversos o no, y los enviaban a las Indias Occidentales, a América, recién descubierta.
Los españoles han designado con el nombre genérico de moros a las gentes de Africa del Norte, esto es, a los indígenas de Berberia. La palabra originaria de este nombre fue prestada por los romanos dando la forma maures (del griego "mávros": negro, oscuro). El término, que fue empleado para designar de manera particular a los naturales de la provincia de Mauritania y de manera general a los bereberes (formados por dos grandes etnias: los Baránis y los Butr), pasó a Hispania, donde, en romance, se llegaría a la solución actual de moro(s); nombre con el que los pueblos cristianos de la Península designaron durante la Edad Media a todos los musulmanes de Al-Andalus y del norte de Africa.
Los musulmanes de la Edad Media aplicaron el nombre de AlAndalus a todas aquellas tierras que habían formado parte del reino visigodo: la Península Ibérica, la Septimania francesa y las Islas Baleares. En un sentido más estricto, Al-Andalus comprenderá la parte de aquellos territorios administrados por el Islam. Conforme avanzaban los cristianos trinitarios, su extensión se iba reduciendo progresivamente y a partir del siglo XIII designó exclusivamente al reino nazarí de Granada. La prolongada resistencia granadina permitirá que se fije el nombre de Al-Andalus y se perpetúe en el actual de Andalucía. Algunos historiadores modernos relacionan el nombre de Al-Andalus con los Vándalos y suponen, sin fundamento, que la Bética pudo llamarse en alguna ocasión Vandalicia o Vandalucía antes de que éstos pasaran al Africa en el 533 (para mayores precisiones recomendamos consultar la obra erudita de Joaquín Vallvé, La División Territorial de la España Musulmana, publicada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto de Filología, Departamento de Estudios Arabes, Madrid, 1986, págs. 17-33).
Con la palabra moriscos se designa comúnmente a los habitantes musulmanes del reino de Granada (rendido por Boabdil el 2 de enero de 1492) que, tras la rebelión del barrio del Albaicín (1501), fueron obligados a convertirse al cristianismo. Este nombre igualmente le sería aplicado a los mudéjares (mudayyan, domesticado, domeñado: en los reinos hispanocristianos medievales el "moro sometido a quien se le permitía quedarse tras la conquista, en su lugar de residencia, bajo determinadas condiciones") castellanos, cuando un año después se les obligó a convertirse al cristianismo, y, asimismo, a los mudéjares de la Corona de Aragón, cuando entre 1525 y 1526 les fue exigida la conversión y abolido su anterior estatuto. En suma, el término morisco remitirá a partir de esa fecha a todos los cristianos nuevos, antiguos musulmanes o descendientes de ellos, que permaneciendo en su mayoría criptomusulmanes se quedaron en España hasta la expulsión definitiva a principios del siglo XVII (1615). Tras la misma la gran mayoría morisca se asentó en el Africa del Norte, donde se les terminaría por llamar con el nombre genérico de andalusiyyún (andalusíes), o con la expresión asimismo genérica de ahlal-Andalus, gentes de Al-Andalus. Algunos se quedaron viviendo clandestinamente, disimulando ser cristianos nuevos o gitanos. El resto emigró a América.
Dice el islamólogo y revolucionario español Blas Infante (1885-1936): Pero estos moriscos, estos andaluces fieramente perseguidos, refugiados en las cuevas, lanzados por su sociedad española, encuentran en el territorio andaluz un medio de legalizar, por decirIo así, su existencia, evitando la muerte o la expulsión reiterada. Unas bandas errantes, perseguidas con saña, pero sobre las cuales no pesa el anatema de la expulsión y de la muerte, vagan ahora de lugar en lugar y constituyen comunidades organizadas por caudillos, y abiertas a todo desesperado peregrino, lanzado de la sociedad por la desgracia y el crimen. Basta cumplir un rito de iniciación para ingresar en ellos. Son los gitanos. Los hospitalarios gitanos errabundos, hermanos de todos los perseguidos. Los más desgraciados hijos de Dios. Hubo, pues de acogerse a ellos. A bandadas ingresaban aquellos andaluces, los últimos descendientes de los hombres venidos de las culturas más bellas del mundo, ahora labradores huidos (en árabe, labrador huido o expulsado significa "fellahmengu"). ¿Comprendéis ahora por qué los gitanos de Andalucía constituyen, en decir de los escritores, el pueblo gitano más numeroso de la Tierra? ¿Comprendéis por qué el nombre flamenco no se ha usado en la literatura española hasta el siglo XIX, y por qué existiendo desde entonces, no trascendió al uso general? Un nominador arábigo tenía que ser perseguido al llegar a denunciar al grupo de hombres, heterodoxos a la ley del estado, que con ese nombre se amparaba. Comienza entonces la elaboración de lo flamenco por los andaluces desterrados o huidos en los montes de Africa y España. Esos hombres conservaban la música de la Patria, y esa música les sirvió para analizar su pena y para afirmar su espíritu: el ritmo lento, el agotamiento cromático.
La mayoría de los flamencólogos afirman el origen andalusí-morisco de su especialidad. Igualmente, figuras destacadas como el eximio compositor y guitarrista Paco de Lucía (nacido Francisco Sánchez, en 1947), y el inolvidable cantaor tempranamente desaparecido Camarón de la Isla (nacido José Monge Cruz, 1950-1992) han confirmado esa herencia islámica con su pensamiento y con su arte (ver Félix Grande Lara, Memorias del flamenco, 2vols., Espasa Calpe, Madrid, 1987).
En cada melodía, en cada expresión del cante jondo, está marcada a fuego esa connotación de la que hablamos. Así, en Bahía de Cádiz, Camarón con su voz dolida, rinde sincero homenaje a sus orígenes: Bajoguía, Salmedina, /espejo de los esteros, bandejas de agua salada/ donde están los salineros./ (...) Esteros de Sancti Petri,/ salinas de San Fernando./ espejos de sol y sal/ donde se duermen los barcos./ (...) Islas del Guadalquivir/ donde se fueron los moros/ que no se quisieran ir... (del long-play La leyenda del tiempo, Fonogram, Madrid, 1979).
Precisamente, esa expresión maquinal de admiración y deleite tan divulgada como es el "¡olé!", proviene, según don Emilio García Gómez (1905), de la típica exclamación musulmana "¡Uallah!", que quiere decir literalmente, "¡por Dios!"; esto es "¡por Dios, qué cosa más extraordinaria, más bella!" etc. Según el citado y famoso arabista español, este modismo al difundirse y ser utilizado indebidamente por el pueblo andaluz para animar y jalear a los artistas flamencos o a los toreros (más tarde extendido a los jugadores de fútbol) fue desfigurado a propósito por los moriscos (transformándole en "¡ualé!', que originó el actual "¡olé!" andaluz), porque podía parecer un indicio de religiosidad, cuando en definitiva no era más que una expresión para celebrar asuntos frívolos y baladíes.
Como ya dijimos, la resistencia islámica desplegada por los moriscos continuó tenaz hasta 1615, fecha en que se los expulsó definitivamente. Al contrario de la generosa tolerancia imperante en la España Musulmana, la "Reconquista" de los reyes católicos (que eran el resultado de una mezcla de Capetos, Valois, Borgoñas, Arpades, Hohenstaufen, Lancaster, etc., o sea muy poco españoles) trajo aparejada, entre sus múltiples calamidades, la conversión forzosa al cristianismo trinitario de musulmanes y judíos que practicaban la excelsa religión monoteísta ordenada en la Biblia (ver Éxodo 20-3, 5-7; Juan 17-3; 1 Corintios 8-4). Estos fueron obligados bajo pena de muerte a cambiar sus nombres y renegar de sus costumbres y tradiciones, siendo permanentemente acosados y reprimidos por los esbirros de la "Santa Inquisición", que de santa sólo tenía el nombre. "¿Puede llamarse Reconquista dice el filósofo y escritor español José Ortega y Gasset (1883-1955), a una cosa que dura ocho siglos?" La de 1568 fue la última gran insurrección de los moriscos sofocada a sangre y fuego por los soldados de Felipe II. Fue liderada por Abén Humeya, cuyo nombre de converso era Fernando de Córdoba y Valor (1520-1569), quien antes de ser martirizado escribió a Felipe diciendo: "¿Sabes que estamos en España y que poseemos esta tierra desde hace 8 siglos y que tú ni siquiera eres español?", refiriéndose al origen germánico de la Casa de Habsburgo (1493-1780), por esa época reinante en España. Dice el reconocido historiador español Claudio Sánchez Albornoz, el autor de La España Musulmana. Según los autores islamitas y cristianos medievales, 2 vols., 1946): "Carlos V (padre de Felipe II) no era español de nacimiento; su educación, sus costumbres. su cultura, sus inclinaciones, no eran hispanas. Físicamente no era español: era rubio y tenía el prognatismo de los Borgoñas". Esta afirmación de realidad histórica prueba por otra parte, que más español era el último monarca nazarí de Granada Abu Abdallah (Boabdil), "el que lloró como una mujer un reino que no supo defender como hombre", que Carlos 1, rey de España y V, Emperador de Alemania, nacido en Gante (Flandes), Bélgica (ver M.J. Rodríguez Salgado, Un imperio en transición. Carlos V, Felipe II y su mundo, Crítica, Barcelona, 1992).
La "nueva estirpe regia que comenzó a gobernar Españasegún Sánchez Albornoz, con Carlos V", trajo por consecuencia lo que señalan muchos historiadores españoles, entre ellos Gonzalo de Reparaz (1860-1939); es decir, la anarquía y la despoblación, porque el primer país de Europa, que era España, bajo la epopeya musulmana, dejó de serlo a partir de la política absolutista de los Habsburgos que comienza con Carlos I y Felipe II, y finaliza con Felipe III, Felipe IV y Carlos II. España se desmorona, y al decir de muchos historiadores, se convierte en "el país más atrasado de Europa", y en una nación de "frailes, mendigos y soldados".
Mientras tanto, allá en la lejana América, los trasplantados hijos del Islam, huyendo de infamias y persecuciones, tuvieron que adaptarse a los nuevos solares y sobrevivir. Nuevamente recurrimos al relato de nuestro inolvidable hermano lbrahim Hallar (Dios esté complacido con él), que en su ejemplar estudio comparativo entre el gaucho y el árabe nos ofrece esta visión:
En 1580, don Juan de Garay sale de Asunción con sesenta soldados, algunos oficiales y mujeres guaraníes. Estas llevan ya sus hijos nativos, producto de uniones con el conquistador hispano. Por mezcla con el indio primero. y el negro que después llegó, intervinieron para la constitución étnica del pueblo argentino. Anotemos que vasconios y asturios, encomenderos por las Leyes de Indias, no podían contaminar su casta; sólo podía hacerlo el soldado libre, raso; el andaluz morisco, a quien le fue permitido uniones con veinte, treinta y hasta con cuarenta mujeres indígenas. El contingente, que señaláramos precedentemente, acampa el 11 de junio en el mismo lugar abandonado por don Pedro de Mendoza. Y aquí cuenta la leyenda que seis años después (1586) uno de aquellos soldados rasos, que venía con el vasco Garay se quejó en misiva al monarca de todas las Españas, de la podredumbre en que vivían. Apercibido y fuertemente reprimido por el Veedor del Rey, hizo trueque de su morada al precio de un caballo blanco y una guitarra; y montando en el brioso corcel, se acercó a la plazuela Mayor y única, y al tiempo que clavaba sus espuelas en el noble animal, exclamó con todas sus fuerzas:
¡;Muera Felipe II!!
...y, caballo, jinete y guitarra rumbearon hacia la pampa distante cuenta el cronista unos cientos de metros más allá. Y así nació el primer gaucho, el primer rebelde que la historia o tradición conoce por el nombre de Alejo Godoy (I.H.Hallar, El Gaucho. Su originalidad arábiga, Edición del autor, Buenos Aires, 1963, págs. 5-6).
El recordado tradicionalista y jurisconsulto argentino Carlos Molina Massey (1884-1964), que ha estudiado exhaustivamente el origen del gaucho, trabajo que trasuntan sus obras: Apunta de lanza. De los tiempos de antes, La montonera de Ahuancruz, Campu Ajuera, Señales en el rumbo, etc. apunta: ¿De dónde vino el gaucho? Nuestra capital cosmopolita se fundó con setenta familias guaraníes, traídas de la Asunción por Juan de Garay. Otras familias querandíes Mendoza había encontrado una toldería de seis mil en las bocas de Lujánse le fueron incorporando. En 1671 recibió la ciudad un contingente de doscientas y pico familias "calchaquíes" de la tribu de los "quilmes". De esas cruzas indo-españolas salieron los primeros gauchos de las pampas de Buenos Aires y análogo origen tuvieron sus hermanos del continente. Los ocho siglos de conquista mora habían puesto su sello racial característico en la población íbera: el ochenta por ciento de la población peninsular llegada a nuestras playas traía sangre mora. El gaucho fue por eso como un avatar, como una reencarnación del alma de la morería fundiéndose con el alma aborigen en el gran ambiente libertario de América (ver Marcos Estrada, Apuntes sobre el gaucho argentino, Ediciones Culturales Argentinas, Subsecretaría de Cultura, Ministerio de Cultura y Educación, Buenos Aires, 1981, págs. 9 y 10).
Durante la época del predominio musulmán en Al-Andalus, la mayoría de los españoles no conocía otro idioma que el árabe y hasta utilizaban los caracteres de esta lengua para escribir el castellano, como es el caso de la escritura aljamiada de los mudéjares y moriscos en los territorios cristianos (recomendamos muy especialmente El libro de las batallas, narraciones épico-caballerescas protagonizadas por Alí Ibn Abi Talib la Paz sea con él, de la Colección de literatura española aljamiado-morisca dirigida por Alvaro Galmés de Fuentes, Editorial Gredos, 2 vols, Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1975).
A pesar de las purgas y represiones sistemáticas contra la religión, las costumbres y el lenguaje de los hispanomusulmanes, fue imposible borrar las profundas huellas de ocho siglos en las generaciones posteriores, y están patentes en las artes y la arquitectura, en la literatura española temprana y, especialmente en la lengua. En relación con lo aseverado una gran cantidad de expresiones árabes fueron absorbidas por el castellano para cubrir una amplia gama de términos en las ciencias, literatura, asuntos militares, arte, arquitectura, comercio, medicamentos, etc. Generalmente, la mayoría de las palabras de origen árabe empiezan con al, que corresponde al artículo determinado árabe. Se calcula que el 25 % de los vocablos del español actual son de origen árabe. Señalemos que "maula", una palabra frecuentemente usada por nuestros gauchos, es de origen árabe: mawlá (pl. mawáli), con múltiples significados, como lo especifica la obra de Marianne Barrucand-Achim Bednorz, Arquitectura islámica de Andalucía, Taschen, Köln, 1992, pág. 229. En la mayoría de los casos designa a no-musulmanes, los que siendo libres o habiendo sido liberados se convierten al Islam y son protegidos por éste; pero muchos se avienen más por interés personal que por fe. Por eso la filología gauchesca asevera que maula es aquel ser despreciable, cobarde, tramposo y oportunista. Así, ese gran poeta, cantautor argentino y gaucho, don Atahualpa Yupanqui (1908-1992), nos recita:
Detrás del ruido del oro van los maulas como hacienda; no hay flojo que no se venda por una sucia moneda; mas, siempre en mi tierra queda gauchaje que la defienda.
(El payador perseguido, Fabril Editora, Bs. As., 1972, pág. 25)
Nuestros pueblos americanos aprendieron a hablar como lo hacían los españoles. Y, ¿de quién aprendieron a hablar?, se preguntaba el renombrado filólogo español Rafael Lapesa (1908) en la conferencia "Andalucía y el castellano en América", que brindara en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, el 13 de noviembre de 1962. Sostenía este erudito, discípulo del ilustre filólogo e historiador español Ramón Menéndez Pidal (1869-1968), que pocos años después de la conquista, aparecieron andaluces en las Antillas. De las Antillas pasaron al continente. Más tarde vinieron otros andaluces, entre los que predominaron los sevillanos. Finalmente vinieron españoles de toda España. Llegaron tarde. América ya tenía una lengua, ya hablaba un idioma: se lo habían dado esos andaluces. Asimismo, en esa disertación, el profesor Lapesa, miembro de la Real academia española desde 1951, señala que América habla como Sevilla. Y Sevilla 'sesea" (pronunciar un sonido silbante s en vez del sonido ce), no "cesea" (pronunciarla ce, z o s con un sonido fonético fricativo interdental sordo), y esto es signo de Cultura indiscutible; el "cosco" es la negación de lo culto. El "yeísmo" (pronunciar la ll como la y, tan común entre los gauchos argentinos y uruguayos), afirma Lapesa, es de origen moruno.
Pero la influencia árabe en el español o castellano va más allá de un amplio préstamo de palabras, e incluye cierto número de cambios morfológicos y fonéticos (ver G. Díaz Plaja, Historia del español, Buenos Aires, 1955), como es el empleo de la J española, que reemplazó a menudo la s inicial de algunas palabras latinas. Igualmente, una multitud de expresiones se incorporaron al español, bien en su forma original árabe (ojalá = insha'Allah), o bien a través de la traducción literal de expresiones como "si Dios quiere", "vaya con Dios", "Dios te guarde" (ver Rafael Lapesa, Historia de la lengua española, Madrid, 1942; Nueva York, 1965). Entre este riquísimo y vastísimo legado también figura la palabra "gaucho".
Este término viene del árabe:
uach; esto es: montaraz, aislado, indómito, resero, huérfano, desmadrado, solitario. Los indios al pronunciarla primera sílaba la transformaron, haciéndola gutural: gaucho, guacho. De allí derivan guaso, huaso, etc.
Al respecto, el escritor argentino de origen francés Emilio Honorio Daireaux (1843-1916) afirma que: El origen de su nombre, que apenas data de dos siglos, es oscuro. Sin embargo es posible reconstituirlo. En la época de las primeras poblaciones en América la dominación de los Arabes en España había terminado por la expulsión o la sumisión; muchos de estos vencidos emigraron. En la pampa encontraron un medio donde podían continuar las tradiciones de la vida pastoril de sus antepasados. Fueron los primeros que se alejaron de las murallas de la ciudad para cuidar los primeros rebaños. Tan cierto es esto que a muchos misas y artefactos allí empleados se les designa con palabras árabes, al pozo, palabra española, se le nombra jagüel, desinencia árabe, y a la manera árabe sacan los pastores el agua. Gaucho es una palabra árabe desfigurada. Es fácil encontrar su parentesco con la palabra chauch que en árabe significa conductor de ganados. Todavía en Sevilla (en Andalucía), hasta en Valencia, al conductor de ganados se le nombra chaucho. Más adelante, Daireaux certifica: En efecto, en esta zona intermedia en que los primeros españoles o los árabes se establecieron encontraron o recogieron indios dispuestos a someterse, con ellos vivieron, con sus mujeres se aliaron, creando así, en un medio de transición, una raza transitoria, una clase social intermedia. Este hombre de los campos, este solitario de la pampa, se ha formado a igual distancia de la civilización y de la barbarie, viviendo tan alejado de la ciudad como de la tribu (E. Daireaux, Vida y Costumbres en el Plata, Cáp. II: Caracteres étnicos de la Nación Argentina, págs. 32-34, Félix Lajouane Editor, Buenos Aires, 1888).
Del mismo modo, el tradicionalista argentino Alfredo Monla Figueroa, confirma: Chauch, en árabe, significa arreador de animales y cuando los moros invadieron España introdujeron esa palabra, donde se modificó por chaucha. Los españoles trajeron esta última al Río de la Plata, donde se pronunció por criollos y mestizos: Gaucho (A. Monla Figueroa, El gaucho argentino, Buenos Aires, 1944, pág.. 19).
Richard W. Slatta, profesor de historia en la Universidad de Raleigh, Carolina del Norte, Estados Unidos, autor de numerosos trabajos sobre historia aparecidos en Hispanic American Historical Review y en The Americas, afirma: Los hispanistas acentúan las raíces andaluzas o árabes de la cultura ecuestre de la pampa. En 1886 Federico Tobal sostenía que en la vestimenta, las costumbres, el temperamento, la fraternidad tribal y la fisiología, "todo en el gaucho es oriental y árabe". Aun su música, poesía, "simplicidad y democracia", tenían una rúbrica árabe, trasladada a Andalucía y de allí a la pampa. Otros hispanistas ignoran las remotas influencias árabes y se concentran en la cultura pastoril andaluza. Ernesto Quesada (1858-1934),un escritor nacionalista, afirmó en 1902 que los gauchos argentinos eran "andaluces de los siglos dieciséis y diecisiete trasplantados a la pampa" (R.W. Slatta, Los gauchos y el ocaso de la frontera, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1985, pág. 23).
El versado tradicionalista argentino Luis Franco (1898-1988) nos atestigua: La ascendencia de los jinetes del desierto arábigo o africano está presente en más de un detalle: el uso de las riendas abiertas; el cabalgar derecho en la silla; el trepar sobre ella de un salto sin tocar el estribo mientras el caballo avanza... El gaucho come carne y bebe mate amargo. Mate y carne de vaca... (como asegura Leopoldo Lugones en su libro El payador, pág. 86: el gaucho no fue alcoholista). Fuera de eso, maíz duro o tierno y zapallo. Por fantasía, canela y comino: galopa leguas por conseguirlos... Lleva poncho y chiripá, tomados del indio o tal vez heredadas de los jinetes moros... Nutrido de carne casi cruda y de sol y aire glorioso, el gaucho tiene su mejor aparcero en la salud. Es tan raro que se deje aplastar por la enfermedad como por el caballo. En la pampa no hay cirujanos. Las heridas se curan con un poco de salmuera, a lo más: el resto lo hace el aire del galope... El gaucho es simplemente el hombre de la distancia... Podemos declarar, porque es verdad, que se trata de un ser muy primitivo, aunque nos acercamos más a su secreto diciendo que el gaucho es el hombre que comienza de nuevo, lo cual no es lo mismo. Ya veremos que aunque su cuerpo sea indio sus adentros son árabes... El gaucho no es propiamente un nómade, ni tampoco lo contrario; es más bien, si se quiere, un sedentario a caballo. Diríamos que nace a caballo, pues el niño es, a los cuatro años, un jinete delante de Dios... (Gauchos, Antología reunida por Gabriel Taboada. Tea, Buenos Aires,1992, págs. 310-325).
El escritor y periodista argentino Pablo Rojas Paz (1896-1956), se pregunta: ¿Qué diferencia hay entre el jinete árabe que cubre su cabeza con la caperuza de su chilaba y el gaucho que ata a la cabeza su pañuelo para protegerse del sol? (P. Rojas Paz, Campo Argentino, Vida y Costumbres, Editorial Atlántida, Buenos Aires, 1944, pág.18).
Del mismo modo, el teniente coronel Aníbal Montes en su estudio El indio. El criollo. El gaucho, argumenta que los árabes, en España, se hicieron sedentarios y ciudadanos durante ocho siglos, ese mismo árabe trasplantado a la inmensidad del continente americano, sin más recursos que sus armas y su caballo, debió necesariamente, en medio de tan numerosa población indígena, volver a la atávica condición del primitivo árabe nómade. De aquí derivó nuestro gaucho y por eso es útil enterarnos de cómo era aquel singular y notable ente racial.
A su vez, el eminente sociólogo argentino Ricardo Rodríguez Molas, en su obra cumbre, cita al etnógrafo brasileño Manoelito de Ornellas que en su trabajo Gauchos e beduinos. A origen étnica e a formaçao social de Rio Grande do Sul, Río de Janeiro, 1956, plantea y analiza las similitudes entre los árabes nómadas y los gauchos brasileños (R. Rodríguez Molas, Historia social del gaucho, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1982, pág. 75).
Estas notables analogías fueron cotejadas y rubricadas por el singular escritor y diplomático libanés radicado en la Argentina Emir Emín Arslan: Todo esto explica muy bien la facilidad con que se asimilan los árabes en la Argentina. Guardan todavía el atavismo de sus antepasados que vivieron casi ocho siglos en España y que conquistaron la América del Sur una vez expulsados de la península (E. E. Arslan, Los Arabes, Cap. Semejanza entre el Gaucho y el Arabe, págs. 22-24, Editorial Sopena, Buenos Aires,
EL TESTIMONIO DE
El escritor y político argentino Leopoldo Lugones (1874-1938) es uno de los grandes reivindicadores del alma gaucha y la cultura de la pampa. A través de sus funciones de periodista y educador sería durante toda su existencia un acendrado defensor de la tradición de los argentinos. En 1905 publica La guerra gaucha, su obra principal, narrativa que inspiraría al poeta Homero Manzi y al escritor Ulises Petit de Murat el guión de la película homónima dirigida por Lucas Demare, que fuera estrenada en 1942; considerada el clásico más importante del cine argentino.
A su regreso de un viaje por Europa (1913), Lugones pronuncia unas conferencias sobre el Martín Fierro, que iniciaron una nueva revalorización del mismo. El contenido de estas disertaciones fueron la base principal de su libro El payador que vio la luz en 1916. Este se dio a la estampa en el centenario de nuestra independencia, como una contribución, eminente por cierto, al estudio del gaucho y la pampa, dos elementos preponderantes en el crisol de la argentinidad. Pero veamos que dice Leopoldo Lugones hijo, en el prólogo de la tercera edición:
El objeto primordial de la obra, es Martín Fierro. Fue así, mi padre, el primero que llevó el poema de Hernández a los estrados de nuestra oligarquía que, hasta entonces, influida por un displicente snobismo, muy de la condición de los que todo lo tienen, y se olvidan de los que han perdido hasta la esperanza, miraba por sobre el hombro a Martín Fierro, cuya esencia épica descubre Lugones, que ensalza a nuestros hombres y a nuestras cosas, porque el gaucho "fue el héroe y el civilizador de la pampa" (L. Lugones, El payador, Editorial Huemul, Buenos Aires, 1972, pág.7).
Lugones, al referirse en su obra al contraste entre el indio y el gaucho, hace esta reflexión:
El malón era, en efecto, un contacto casi permanente de los indios con los cristianos fronterizos, que, pertenecientes a la raza blanca, llevaban la doble ventaja de su carácter progresivo y su mayor capacidad de adaptación. Esto, y los repelones (arremetidas; también zalagarda, esto es, rápida emboscada) inherentes a la guerra de sorpresa que el indio hacía, diéronles también la experiencia del desierto, la fe en el caballo, la amplificación del instinto nómade. Españoles recién salidos del cruzamiento arábigo, la analogía de situación en una vida tan semejante a la de los desiertos ancestrales, reavivó en su ser las tendencias del antepasado agareno, y su mezcla con aquellos otros nómades de llanura, acentuó luego la caracterización del fenómeno (op. cit. pág. 54).
Más adelante, hace un curioso paralelismo entre el caballo y su jinete:
...Después, sobrio como su dueño, y pundonoroso hasta la muerte. La sangre arábiga, que él también tenía, contribuyó poderosamente a su formación. Fácil es percibir en todo ello la combinación de los elementos orientales y caballerescos que introdujo la conquista. El "fiador" o collar del cual se prendía el cabestro cuando era necesario "atar a soga", es decir, de largo, para que el caballo pastara, figura en el jaez de una antigua miniatura persa, que lleva el número 2265 del Museo Británico; y en el Museo de la India, en Londres, repitiendo profusamente las láminas de la obra mongola Akbar Namali que es del siglo XVI. (...) El freno y las espuelas a la jineta, proceden también de Persia; naturalmente por adaptación morisca en nuestro caso, y refundido cada detalle en un conjunto de pintoresca originalidad. Por lo demás, es sabido que el arte de cabalgar y de pelear a la jineta, así como sus arreos, fue introducido en España por los moros, cuyos zenetes o caballeros de la tribu berberisca de Benú Marín, diéronle su nombre específico. Así, jinete, pronunciación castellana de zenete, fue por antonomasia el individuo diestro en cabalgar (op. cit., págs. 59-60).
Y así como la tradición y herencia caballeresca es hispanomusulmana (Cfr. Ibn Hudayl, Gala de Caballeras, Blasón de Paladines, Editora Nacional, Madrid, 1977), la vestimenta del gaucho también es mora de pura cepa; el "chiriual" magrebí es idéntico, hasta su patronímico chiripá criollo es árabe. Tela cuadrada, de algodón o lana que se repliega sobre las piernas, envolviéndolas para unirse al cinturón que la retiene. Ni que hablar de las bombachas de campo (el pantalón moro) y la faja alrededor de la cintura, típica de los hispanomusulmanes para esconder la gumia (el facón). Por eso dice Lugones:
...el origen debió ser aquella bombacha de hilo o de algodón, que a guisa de calzoncillos, precisamente, llevaron en todo tiempo los árabes (de ahí procedieron los zaragüelles análogos de Valencia y Murcia) (op. cit. págs. 62-63).
Luego, al explicar el origen de las payadas y el canto y la inspiración gauchesca, Lugones confiesa:
Fueron los árabes quienes continuaron y sistematizaron aquel género de poesía, que les era también habitual... Precisamente, los trovadores del desierto habían sido los primeros agentes de la cultura islamita, constituyendo con sus justas en verso, la reunión inicial de las tribus, que Mahoma, un poeta del mismo género, confederó después. Así se explica que para nuestros gauchos, en quienes la sangre arábiga del español predominó, como he dicho, por hallarse en condiciones tan parecidas a las del medio ancestral, tuviera el género tanta importancia (...) Dulce vihueIa gaucha... con la rediviva dulcedumbre de las cassidas arábigas cuyos contrapuntos al son del laúd antepasado y de la guzla monocorde como el llanto, iniciaron entre los ismaelitas del arenal la civilización musulmana: el alma argentina ensayó sus alas y su canto de pájaro silvestre en tu madero sonoro (op. cit., págs. 90-91)
Finalmente, Lugones describe las profundidades de la mística del hombre de la pampa:
La antigua poesía de los zodíacos estaba en su alma primitiva con el atavismo de aquellos pastores sabios que congregó corno un puñado de ardiente arena la ráfaga profética del Islam. Aquellas luminosas letras del destino, parecían escribir también sentencias inmutables en la doble profundidad de su espíritu y de la noche (op. cit. , pág. 1031)
LAS INSIDIOSAS CONTRADICCIONES DE SARMIENTO
A Domingo Faustino Sarmiento le corresponde el dudoso mérito de ser el máximo panegirista de los defectos argentinos, subestimando la cultura argentina e indohispanoamericana, y exaltando el valor de lo europeo y occidental, fundamentalmente de lo anglosajón, y de lo yanqui en particular. Sin embargo, seguramente por el remoto y benéfico influjo de sus ancestros islámicos, Sarmiento, en un cúmulo de contradicciones, logra transmitirnos a través dc su obra cumbre, Facundo, datos y referencias que resultan inapreciables para apuntalar la tesis de esta monografía.
Cuenta el escritor Ricardo Rojas (1882-1957) que cuando el Facundo apareció en Chile en 1845, el historiador y político Vicente Fidel López (1815-1903) lo llamó "historia de beduinos" (R. Rojas, El Profeta de la Pampa. Vida de Sarmiento, cd. Losada, Buenos Aires, 1951, pág. 213). Y agrega que Sarmiento recogió complacido esa definición. Una historia de beduinos (ár. badawí, "que vive en el desierto") narrada por un Albarracín. A éste, su apellido materno, gustaba de apegarse y remontaba su rastro hacia los orígenes moros. En Argel me ha sorprendido la semejanza de fisonomía del gaucho y del árabe, y mi chauss me lisonjeaba diciéndome que, al verme, todos me tomarían por un creyente (...) Y digo la verdad, que me halaga y sonríe esta genealogía que me hace presunto deudo de Mahoma (Sarmiento, Recuerdos de Provincia, Editorial jackson, Bs. As., 1944, Cap. Los Albarracínes, pág. 40). Cuenta Ricardo Rojas que su hermana Procesa lo retrató con chilaba y turbante sobre un camello. Como a la sazón usaba crecida barba, realmente parece, asegura Rojas, un moro en el retrato.
Albarracín es el nombre del partido judicial y de su ciudad cabecera en la provincia de Teruel (Zaragoza). Ya en 988 (año 382 de la Hégira) se hallaba en poder del caudillo Ban Hudheil Ben Razin. Se ha discutido si el origen del nombre Albarracín es africano. Lo resuelve afirmativamente el islamólogo franco-argelino Evariste Lévi-Provençal (1894-1956) cuando dice en su obra monumental Historia de la España Musulmana, hasta la caída del califato de Córdoba:
Encontramos beréberes Banu Razin en la región de Albarracín (cuyo nombre no es más que una deformación del de dicha tribu).
Esa herencia recóndita lo embargaba:
He tenido siempre la preocupación de que el aspecto de la Palestina es parecido al de La Rioja, hasta en el color rojizo u ocre de la tierra, la sequedad de algunas partes, y sus cisternas; hasta en sus naranjos, vides e higueras de exquisitas y abultados frutos, que se crían donde corre algún cenagoso y limitado Jordán; hay una extraña combinación de montañas y llanuras, de fertilidad y aridez, de montes adustos y erizados y colinas verdinegras tapizadas de vegetación tan colosal como los cedros del Líbano. Lo que más me atrae a la imaginación estas reminiscencias orientales es el aspecto verdaderamente patriarcal de los campesinos de La Rioja. (...) Pero aún no dejaría de sorprender por eso la vista de un pueblo que habla español y lleva y ha llevado siempre la barba completa, cayendo muchas veces hasta el pecho; un pueblo de aspecto triste, taciturno, grave y taimado, árabe. (Facundo, pág. 98).
Es de notar que estas observaciones se basan en experiencias exclusivamente literarias, como las del escritor italiano Emilio Salgan (1863-1911), el autor de Sandokán, que nunca conoció la Malasia ni los paisajes de sus libros de aventuras. No sólo no conocía Palestina ese joven Sarmiento que había emigrado de San Juan a Chile, sino que ni siquiera la pampa argentina conocía. Por eso mencionábamos el legado ancestral, que originaba su capacidad intuitiva e imaginativa. Más tarde conocerá por experiencia propia el objeto de sus intuiciones, en tanto que se trocarán en realidades sus presunciones. El desierto africano lo conoció en 1846, cuando en su visita a Argelia, apuntó:
Entre otras cosas los baqueanos árabes me llamaron poderosamente la atención por la singular identidad con los nuestros de La pampa. Como estos huelen la tierra para orientarse, gustan las raíces de las yerbas, reconocen los senderos, y están atentos a los menores accidentes del suelo, las rocas, o la vegetación (Sarmiento, Viajes, Editorial de Belgrano, Bs. As., 1981, Africa, pág. 269)
¿Por qué estaba Sarmiento en Argelia? Ricardo Rojas aclara: "Porque deseaba ver el desierto y sus árabes, sospechandolos muy semejantes al paisaje argentino y a los gauchos" (R. Rojas, op. cit., pág. 288).
...así hallamos en los hábitos pastoriles de la América, reproducidos, hasta los trajes, el semblante grave y hospitalidad árabes (Facundo, pág. 47)
Notese como, antes de conocer a los musulmanes argelinos, afirma Sarmiento que los trajes, la hospitalidad y hasta el semblante árabe reaparecen entre los gauchos. Un año después, en 1846 visitaba Argelia, y basado en esta personal experiencia puso en 1850 la siguiente nota a su Facundo:
No es fuera de propósito recordar aquí las semejanzas notables que presentan los argentinos con los árabes. En Argel, en Orán, en Mascara y en los aduares del desierto, vi siempre a los árabes reunidos en cafés, por estarles prohibido el uso de licores, apiñados en derredor del canto, generalmente dos, que se acompañan de la vihuela a dúo, recitando canciones nacionales plañideras como nuestros tristes. La rienda de los árabes es tejida de cuero y con azotera como las nuestras; el freno de que usamos es el freno árabe y muchas de nuestras costumbres revelan el contacto de nuestros padres con los moros de Andalucía. De las fisonomías no se hable: algunos árabes he conocido que juraría haberlos visto en mi país (Facundo, pág.58).
Veamos que piensa del caudillo que anima su historia:
Es inagotable el repertorio de anécdotas de que está llena la memoria de los pueblos con respecto a Quiroga; sus dichos, sus expedientes, tienen un sello de originalidad que le daba ciertos visos orientales, cierta tintura de sabiduría salomónica en el concepto de la plebe. Toda la vida pública de Quiroga me parece resumida en estos datos. Veo en ellos el hombre grande, el hombre genio, a su pesar, sin saberlo él, el César, el Tamerlán, el Mahoma (Facundo, págs. 93-94).
Cuando Juan Manuel de Rosas resiste el bloqueo francés a Buenos Aires, Sarmiento afirma:
Sin duda que Mehemet Alí ni Abd-el-Kader gozan hoy en la tierra de una nombradía más sonada que la suya (Facundo, pág. 249).
Prosiguiendo con su categorización de Quiroga, Sarmiento lo compara en dos oportunidades también con Mehemet Alí:
Facundo no miraba nunca de frente, y por hábito, por arte, por deseo de hacerse siempre temible, tenía de ordinario la cabeza inclinada, y miraba por entre las cejas, como el Alí-Baja de Monvoisín (Facundo, pág. 86).
La estructura de su cabeza revelaba, sin embargo, bajo esta cubierta selvática, la organización privilegiada de los hombres nacidos para mandar. Quiroga poseía esas cualidades naturales que hicieron del (...) mameluco oscuro que se batía con los franceses en las pirámides, el virrey de Egipto. (Facundo, pág. 86)
EL MEJOR ALUMNO DEL IMPERIALISMO
Hasta ahora hemos conocido al Sarmiento observador y viajero, que toma apuntes y detalla contrastes y semejanzas. Pero el Sarmiento real es un renegado, un vendepatria, un sátrapa de la civilización del hombre blanco europeo, racista y opresor. Sarmiento reniega de la herencia hispanomusulmana, reniega de la América libre e independiente de Bolívar y San Martín y lo consume de impaciencia la lentitud de la penetración cultural europea y norteamericana. En igual sentido, por lo tanto, reniega de los pueblos de Asia y Africa. Por eso afirma cosas como éstas:
La juventud de Buenos Aires llevaba consigo esta idea fecunda de la fraternidad de intereses con la Francia y la Inglaterra; llevaba el amor a los pueblos europeos asociado al amor a la civilización, a las instituciones y a las letras que la Europa nos había legado y que Rosas destruía en nombre de la América, sustituyendo otro vestido al vestido europeo, otras leyes a las leyes europeas, otro gobierno al gobierno europeo. Esta juventud, impregnada de las ideas civilizadoras de la literatura europea, iba a buscar en los europeos enemigos de Rosas sus antecesores, sus padres, sus módelos, apoyo contra la América, tal corno la presentaba Rosas, bárbara como el Asia, despótica y sanguinaria como la Turquía, persiguiendo y despreciando la inteligencia como el mahometismo (Facundo, pág. 259).
Parafraseando a nuestro historiador y poeta don Fermín Chávez, decimos: Salman Rushdie no lo hubiese expresado mejor... (ver Fermín Chávez, Facundo era fundamentalista, revista Jotapé, Bs. As., abril 1989, pág. 48). Esta insidiosa contradicción de Sarmiento frente a su Argentina bárbara y la Argelia bárbara, en la cual entró recomendando al mariscal francés Bugeaud, duque de Isly que llevaba a cabo una guerra de exterminio con la población nativa, se traspone a sus pueblos. La actitud ideológica frente al indio, al gaucho y al árabe llega a enunciarse en frases terribles, en las que preconiza la aniquilación en masa de esas razas inadaptables e insumisas:
¿Lograremos exterminar a los indios? Parlas salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría a colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se les debe exterminar sin siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado. (Sarmiento, artículos en los diarios "El Progreso" 27/9/1844, y "El Nacional", en las ediciones del 19/5/1857;25/11 /1878 y del 8/2/1879).
No trate de economizar sangre de gauchos. Es lo único que tienen de humano. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre de esta chusma criolla, incivil, bárbara y ruda, es lo único que tienen de seres humanos. (Sarmiento, Carta a Mitre, 20/9/ 1861, Archivo Mitre).
Si el Coronel Sandes mata gente (en las provincias) cállense la boca. Son animales bípedos de tan perversa condición (esos provincianos que defienden sus autonomías) que no sé que se obtenga con tratarlos mejor (De Sarmiento a Mitre, marzo 1862; citado por el historiador Fermín Chávez en Vida del Chacho, pág. 74, Theoria, Bs. As., 1991).
Tengo odio a la barbarie popular... la chusma y el pueblo gaucho nos es hostil... Mientras haya chiripá no habrá ciudadanos. ¿Son acaso las masas la única fuente de poder y legitimidad? El poncho, el chiripá y el rancho son de origen salvaje y crean una división entre la sociedad culta y el pueblo, haciendo que los cristianos se degraden... Usted tendrá la gloria de restablecer en toda la República el predominio de la clase culta anulando el levantamiento de las masas (De Sarmiento a Mitre, Buenos Aires, 24/9/1861).
Entre los europeos y los árabes en Africa, no hay ahora ni nunca habrá amalgama ni asimilación posible; el uno o el otro pueblo tendrá que desaparecer, retirarse o disolverse; y amo demasiado la civilización para no desear desde ahora el triunfo definitivo en Africa de los pueblos civilizados (Sarmiento, Viajes, Africa, pág. 253). Y como si todo esto fuera poco, decía el "gran educador" y "gran sanjuanino" respecto de los débiles y humildes, el 13 de septiembre de 1859:
Si los pobres de los hospitales, de los asilos de mendigos y de las casas de huérfanos se han de morir, que se mueran; porque el Estado no tiene caridad, no tiene alma. El mendigo es un insecto, como la hormiga. Recoge los desperdicios. De manera que es útil sin necesidad de que se le dé dinero. ¿Qué importa que el Estado deje morir al que no puede vivir por sus defectos? Los huérfanos son los últimos seres de la sociedad, hijos de padres viciosos, no se les debe dar ms que de comer (citado por el profesor Blas Barisani en su libre En torno a Sarmiento, Editorial Reina y Madre, Bs.As. 1961, págs. 63-64)
Acotemos que Sarmiento fue presidente de la Nación Argentina (1868-1874) y fundador de la Escuela Naval Militar. Sin embargo, y precisamente referido a esta última "hazaña", existen pruebas abrumadoras de que el "gran Sarmiento" nada tenía que ver con la patriótica herencia del Almirante Guillermo Brown (1777-1857):
El día que Buenos Aires vendió su escuadra hizo un acto de inteligencia que le honra... Las costas del Sur no valdrán nunca la pena de crear para ellas una marina. Líbrenos Dios de ello y guardémonos nosotros de intentarlo... ("El Nacional", 12/12/1857 y 7/6/1879).
La Inglaterra se estaciona en Las Malvinas para ventilar después el derecha que para ello tenga... Seamos francos: esta invasión es útil ala civilización y al progreso. ("El Progreso", 28/11 / 1842).
Con emigrados de California se está formando en el Chaco una colonia norteamericana que puede ser el origen de un territorio y, un día, de un estado yanqui, con idioma y todo. (Sarmiento, carta a Mary Mann, esposa del político norteamericano Horace Mann, del 1/4/1868).
En las antípodas de esta concepción traidora y masónica Sarmiento fue elegido Gran Maestre de la Masonería Argentina en 1882 (ver Blas Barisani, op. cit. págs. 51-61), está la figura señera y ejemplar del gaucho entrerriano Antonio Rivero que encabezó el levantamiento del 26 de agosto de 1833, en Puerto Soledad (a partir de abril de 1982, Puerto Argentino), Islas Malvinas, junto con otros gauchos y algunos indios charrúas, quienes a golpes de boleadoras, facones y tiros de fusil se insurreccionaron contra los usurpadores británicos (ver Mario Tesler, El Gaucho Antonio Rivero. La mentira en la historiografía académica, Peña Lillo Editor, Bs.As, 1971).
Sarmiento es, sin lugar a duda alguna, una de las peores calamidades, junto con Rivadavia, Urquiza, Mitre y Roca, que han asolado al pueblo argentino con sus crímenes y prepotencias. Las distintas dictaduras militares han causado víctimas y desastres económicos que por la magnitud de las cifras aterran al más indiferente. Pero la perversa y ponzoñosa labor ideológica llevada a cabo por los Sarmiento y sus pares de fines del siglo XX, es infinitamente más dañina y peligrosa, pues apunta a la demolición definitiva del alma argentina e indohispanoamericana; sometiéndola y humillándola sistemáticamente al capricho de los intereses imperialistas depredadores.
FORJADORES DE LA PRIMERA INDEPENDENCIA
El gaucho desde un principio tuvo el más alto concepto de patria y de libertad. En las Invasiones Inglesas luchó y humilló al orgullo anglosajón. En la Guerra de la Independencia fue implacable contra el español imperial al que llamó "godo" y "matucho" o "maturrango" (flojo, mal jinete). Gauchos fueron los Granaderos a Caballo, los Infernales de Güemes, los que contra los portugueses rompieron los cuadros de Ituzaingó. Luego combatió como insurgente, como "capiango" de las "montoneras" del riojano Juan Facundo Quiroga (1793-1835), del mendocino José Félix Aldao (1785-1845), del santafesino Estanislao López (1786-1838), del santiagueño Juan Felipe Ibarra (1787-1851), del cordobés Juan Bautista Bustos (1799-1830), del tucumano Alejandro Heredia (1783-1838), del bonaerense Manuel Dorrego (1787-1828), del entrerriano Ricardo López Jordán (1822-1889), del riojano Angel Vicente "El Chacho" Peñaloza (1798-1863), del catamarqueño Felipe Varela (1821-1870) que sintetizó en su grito el objetivo de la lucha contra los "dotores" de Buenos Aires: ¡Viva la Unión Americana! ¡Abajo los negreros traidores a la patria! (22) Tampoco debemos olvidar a los hermanos gauchos de la Banda Oriental que siguieron a los caudillos José Gervasio Artigas (1764-1850), Manuel Oribe (1796-1857), Timoteo Aparicio (1814-1882) y Aparicio Saravia (1855-1904). Ni a los hermanos "huasos" de Chile que integraron los húsares del guerrillero mártir Manuel Rodríguez (1786-1818).
En el combate de San Lorenzo (3 de febrero de 1813), un realista intentó atravesar a San Martín con su bayoneta, pero fue derribado oportunamente por un gaucho, Baigorria, oriundo de San Luis. Y otro gaucho, el correntino Juan Bautista Cabral, salvo la vida del numen, pero esta vez, a cambio de la suya. La historia inmortalizó el nombre del Sargento Cabral. El gaucho murió ignorado en la acción. El Libertador San Martín empleó el término "gaucho" en dos comunicados para referirse a valientes fuerzas patriotas. La élite porteña, sin embargo, lo suplantó por la expresión "patriotas campesinos" cuando los mensajes se publicaron en la Gaceta ministerial oficial (Cfr. Pérez Amuchástegui, A. J., Mentalidades Argentinas, Eudeba, Bs. As. 1970; Rojas, Ricardo, El Santo de la Espada, Losada, Bs. As. 1950, pág. 165).
Recordemos que durante las operaciones militares en torno a la plaza fuerte de Orán, en Argelia (junio de 1791), integrando el segundo batallón del Regimiento de Murcia, contando con apenas trece años hizo su bautismo de fuego el cadete granadero José de San Martín y Matorras (1778-1850), el futuro Libertador de indios, gauchos y negros de la América del Sur. El grandioso espectáculo de la valiente y enconada resistencia de los musulmanes, luchando por su independencia contra los invasores hispánicos, lo impresionó vivamente y, sin duda, orientó sus pensamientos e hizo nacer la llama de la rebeldía y los anhelos de emancipación para su pueblo lejano, que marcarían definitivamente su destino (ver Juan M. Zapatero, San Martín en Orán, Círculo Militar, Bs. As., 1980).
La nueva Argentina blanca, europea y burguesa, surgida del triunfo unitario de Caseros, lejos de reconocer la decisiva aportación del gaucho en la lucha por la independencia, lo condenó sin apelación, y Sarmiento, como hemos visto, y muchos otros, proclamaron su ostensible intención de hacer cuanto estuviera a su alcance "para borrarlo de la faz de la tierra". La figura emblemática del gaucho montonero o rebelde, alzado contra una sociedad injusta en la que no tenía cabida, surge hacia 1872 cuando a través de la Biblia Gaucha, el Martín Fierro, el poeta José Hernández (1834-1886) intentó hacer justicia, describiendo con trazos magistrales y sombríos la magnitud de su tragedia, ya había desaparecido. Su sucesor, el peón, el nuevo proletario agrario, era apenas su triste reflejo, un juguete indefenso en manos del patrón y del sistema. Del mismo modo, su bandera esplendorosa azul y blanca había sido reemplazada por la celeste y blanca, que nada tenía que ver con la insignia que el general Manuel Belgrano (1 770-1820) enarboló por primera vez el 27 de febrero de 1812, a orillas del Paraná.
Madaline Wallis Nichols, la prestigiosa escritora norteamericana lo ha dicho muy bien: El gaucho real ha desaparecido hace tiempo, pero el gaucho sublimado y los ideales que él encarna viven aún. Está bien vivo en la moderna literatura del Plata, en la música, en el arte (M.W. Nichols: El Gaucho, Ed. Peuser, Bs.As. 1953).
Gaucho es hoy sinónimo de generoso, servicial, hospitalario, noble. En nuestra habla corriente no pedimos ahora un favor desinteresado, sino una gauchada, término intraducible a otro idioma y de significado enaltecedor.
A pesar de todo, nos queda un gran interrogante. Es el que nos plantea ese arabista argentino llamado Ciro Torres Lopez:
Tal fue la historia del gaucho, exactamente idéntica a la del beduino. Tuvo todos sus valores en la hora prima, cuando el padre español que le traía, se unió con la madre india y lo creó. Cumplió su visión heroica hasta concluidas las guerras de la Independencia, en las cuales brilló incomparable como patriota, como libertador y civilizador... Entonces afluyeron de toda la rosa de los vientos las hordas rubias del mundo, y desde as costas oceánicas, esa pleamar incontenible de sangres extrañas, avanzó y aplastó lo que había del gaucho, de la tierra y de la estirpe; lo excedió, lo tapó, lo deformó, rellenó y niveló. Encima quedó la avalancha de la horda y su resaca; abajo el gaucho, la estirpe, la fricción centenaria del hombre con el suelo, que es decir la metamorfosis misma de la Nacionalidad; y más abajo, la tierra y la raíz del connubio de su esencia geohumana, que es el genio diferenciado y profundo de un pueblo... Para enfrentarnos ase semejantes problemas, para movilizar los ancestros más vigorosos y las poderosas fuerzas morales más constructivas de nuestro ser como pueblo, es que me he lanzado a las lejanías de la historia y del mundo para traer el espejo mágico de nuestro abuelo árabe en nuestra fisonomía integral y columbrar lo que hemos sido, lo que somos y lo que podemos ser. Tamaño esfuerzo, mensaje tan alto, ¿será comprendido por las generaciones del presente y del mañana?; ¿encenderá sus corazones, movilizará sus almas, agilizará sus manos, agrandará sus pechos, iluminará sus ojos y les impulsará a la realización de un gran destino, a tono con nuestro padre español y con nuestro abuelo árabe, que enseñorearon el mundo para adelantarlo, enriquecerlo, dignificarlo, culturizarlo, universalizarlo y embellecerlo? ¿O esas generaciones están de tal manera dormidas y yertas, inmersas en un imundo tan pueril, con las almas de tal modo entregadas a la irresponsabilidad y a la molicie, que ya no tienen oídos para escuchar ni a la historia, ni a la sangre, ni a la tierra de los padres, que es la Patria? (C. Torres López, El Abuelo Arabe, Ed. del autor, Cap. VIII: El Gaucho y el Beduino en identidad trascendente, págs. 307-312, Rosario, W55).
Nos advertía el Líder de los Trabajadores Argentinos:
Pienso yo que el año 2000 nos va a sorprender o unidos o dominados; pienso también que es de gente inteligente no esperar que el año 2000 llegue a nosotros, sino hacer un poquito de esfuerzo para llegar un poco antes del año 2000, y llegar un poco en mejores condiciones que aquella que nos podrá deparar el destino mientras nosotros seamos yunque que aguantamos los golpes y no seamos alguna vez martillo; que también demos algún golpe por nuestra cuenta (Juan Perón, La Hora de los Pueblos, Colección Línea Nacional, Bs.As., 1982, pág. 87).
Esa Segunda Independencia sólo sucederá si Dios quiere, pues "ciertamente Dios no cambia la situación de un pueblo, si antes ese pueblo no se cambia a sí mismo" (El Sagrado Corán: Surah 13 "El Trueno", Aleya 11).
Y dejo rodar la bola
que algún día se ha de parar;
tiene el gaucho que aguantar
hasta que lo trague el hoyo,
o hasta que venga algún criollo
En esta tierra a mandar.
Más naides se crea ofendido
pues a ninguno incomodo;
y si canto de este modo
por encontrarlo oportuno,
NO ES PARA MAL DE NINGUNO
SINO PARA BIEN DE TODOS.
Del Martín Fierro
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