Tres notas para pensar Libia
Losurdo, Borón y Meyssan
I
De las guerras del opio a las guerras del petróleo
Doménico Losurdo
«La muerte de Gadafi es un hito histórico», proclaman a coro los dirigentes de la OTAN y de Occidente, sin molestarse siquiera en guardar las distancias con el bárbaro asesinato del líder libio y de las mentiras desvergonzadas que han proferido al respecto los jefes de los «rebeldes». Y sí, efectivamente se trata de un hito. Pero para entender el significado de la guerra contra Libia en el ámbito del colonialismo es preciso partir de lejos...
Cuando en 1840 los navíos de guerra ingleses se asoman ante las costas y las ciudades chinas, los agresores disponen de una potencia de fuego de miles de cañones y pueden sembrar destrucción y muerte a gran escala sin temor a la artillería enemiga, cuyo alcance es mucho más reducido. Es el triunfo de la política de las cañoneras: el gran país asiático y su milenaria civilización se ven obligados a rendirse y comienza lo que la historiografía china denomina acertadamente el «siglo de las humillaciones», que termina en 1949 con la llegada al poder del Partido Comunista y de Mao Zedong.
En nuestros días, la llamada Revolution in Military Affairs (RMA) ha creado en muchos países del Tercer Mundo una situación parecida a la que enfrentó China en su tiempo. Durante la guerra contra la Libia de Gadafi, la OTAN ha podido consumar tranquilamente miles de bombardeos y no sólo no ha sufrido bajas, sino que ni siquiera ha corrido el riesgo de sufrirlas. En este sentido la fuerza militar OTAN, más que a un ejército tradicional, se parece a un pelotón de ejecución; así, la ejecución final de Gadafi, más que un hecho causal o accidental, revela el sentido profundo de la operación en conjunto.
Es algo palpable: la renovada desproporción tecnológica y militar reaviva las ambiciones y las tentaciones colonialistas de un Occidente que, a juzgar por la exaltada autoconciencia y falsa conciencia que sigue ostentando, se niega a saldar cuentas con su historia. Y no se trata sólo de aviones, navíos de guerra y satélites. Aún más clara es la ventaja con que pueden contar Washington y sus aliados en capacidad de bombardeo mediático. También en esto la «intervención humanitaria» contra Libia es un ejemplo de manual: la guerra civil (desencadenada, entre otras cosas, gracias a la labor prolongada de agentes y unidades militares occidentales, y en cuyo transcurso los llamados «rebeldes» podían disponer desde el principio incluso de aviones) se presentó como una matanza perpetrada por el poder contra una población civil indefensa; ¡en cambio, los bombardeos de la OTAN que hasta el final han asolado la Sirte asediada, hambrienta y sin agua ni medicamentos, se presentaron como operaciones humanitarias a favor de la población civil libia!
Hoy en día esta labor de manipulación, además de contar con los medios tradicionales de información y desinformación, se vale de una revolución tecnológica que completa la Revolution in Military Affairs. Como he explicado en intervenciones y artículos anteriores, son autores y órganos de prensa occidentales próximos al Departamento de Estado los que celebran que el arsenal de EE. UU. se haya enriquecido con nuevos y formidables instrumentos de guerra; son periódicos occidentales y de probada fe occidental los que cuentan, sin ningún sentido crítico, que en el transcurso de las «guerras internet» la manipulación y la mentira, así como la instigación a la violencia de minorías étnicas y religiosas, también mediante manipulación y mentira, están a la orden del día. Es lo que está sucediendo en Siria contra un grupo dirigente más acosado que nunca por haberse resistido a las presiones e intimidaciones occidentales y haberse negado a capitular ante Israel y a traicionar a la resistencia palestina.
Pero volvamos a la primera guerra del opio, que termina en 1842 con el Tratado de Nankín. Es el primero de los «tratados desiguales», es decir, impuestos con las cañoneras. Al año siguiente le llega su turno a Estados Unidos. También envía cañoneras para arrancar el mismo resultado que Gran Bretaña e incluso algo más. El tratado de Wanghia (en las proximidades de Macao) de 1843 sanciona el privilegio de la extraterritorialidad para los ciudadanos estadounidenses residentes en China: aunque cometan delitos comunes, se sustraen a la jurisdicción china. El privilegio de la extraterritorialidad, evidentemente, no es recíproco, no vale para los ciudadanos chinos residentes en Estados Unidos. Una cosa son los pueblos colonizados y otra muy distinta la raza de los señores. En los años y las décadas posteriores, el privilegio de la extraterritorialidad se amplía a los chinos que «disienten» de la religión y la cultura de su país y se convierten al cristianismo (con lo que teóricamente pasan a ser ciudadanos honorarios de la república norteamericana y de Occidente en general).
También en nuestros días el doble rasero de la legalidad y la jurisdicción es un elemento esencial del colonialismo: los «disidentes», es decir, los que se convierten a la religión de los derechos humanos tal como es proclamada de Washington a Bruselas, los Quisling potenciales al servicio de los agresores, son galardonados con el premio Nobel y otros premios parecidos después de que Occidente haya desencadenado una campaña desaforada para sustraer a los premiados a la jurisdicción de su país de residencia, campaña reforzada con embargos y amenazas de embargo y de «intervención humanitaria».
El doble rasero de la legalidad y la jurisdicción alcanza sus cotas más altas con la intervención de la Corte Penal Internacional (CPI). Los ciudadanos estadounidenses y los soldados y mercenarios de barras y estrellas repartidos por todo el mundo quedan y deben quedar fuera de su jurisdicción. Recientemente la prensa internacional ha revelado que Estados Unidos está dispuesto a vetar la admisión de Palestina en la ONU, entre otras cosas, para impedir que Palestina pueda denunciar a Israel ante la CPI: sea como sea, en la práctica cuando no en la teoría, debe quedar claro para todo el mundo que sólo los pueblos colonizados pueden ser procesados y condenados. La secuencia temporal es de por sí elocuente. 1999: a pesar de no haber obtenido autorización de la ONU, la OTAN empieza a bombardear Yugoslavia; poco después, sin pérdida de tiempo, la CPI procede a incriminar, no a los agresores y responsables del quebrantamiento del orden jurídico internacional de facto establecido tras la II guerra mundial, sino a Milósevich. 2011: violentando el mandato de la ONU, lejos de preocuparse por la suerte de los civiles, la OTAN recurre a todos los medios para imponer el cambio de régimen y hacerse con el control de Libia. Siguiendo una pauta ya ensayada, la CPI procede a incriminar a Gadafi. La llamada Corte Penal Internacional es una suerte de apéndice judicial del pelotón de ejecución de la OTAN; se podría incluso decir que los magistrados de La Haya son como curas que, sin perder el tiempo consolando a la víctima, se esmeran directamente en legitimar y consagrar al verdugo.
Una última observación. Con la guerra contra Libia, en el ámbito del imperialismo se ha perfilado una nueva división del trabajo. Las grandes potencias coloniales tradicionales, como Inglaterra y Francia, valiéndose del decisivo respaldo político y militar de Washington, se centran en Oriente Próximo y África, mientras Estados Unidos desplaza cada vez más su dispositivo militar a Asia. Y así volvemos a China. Después de haber dejado atrás el siglo de humillaciones que empezó con las guerras del opio, los dirigentes comunistas saben que sería insensato y criminal faltar por segunda vez a la cita con la revolución tecnológica y militar: mientras libera a cientos de millones de chinos de la miseria y el hambre a los que les había condenado el colonialismo, el poderoso desarrollo económico del gran país asiático es también una medida de defensa contra la permanente agresividad del imperialismo. Quienes, incluso en la «izquierda», se ponen a remolque de Washington y Bruselas en la tarea de difamación sistemática de los dirigentes chinos, demuestran que no les preocupan ni la mejora de las condiciones de vida de las masas populares ni la causa de la paz y la democracia en las relaciones internacionales.
Traducción: Juan Vivanco
Fuente: www. domenicolosurdo.blogspot.com
II
Putrefacción moral
Atilio Borón
El brutal asesinato de Muammar Khadafi a manos de una jauría de mercenarios organizados y financiados por los gobiernos “democráticos” de Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña actualiza dolorosamente la vigencia de un viejo aforismo: “Socialismo o barbarie”. No sólo eso: también confirma otra tesis, ratificada una y otra vez que dice que los imperios en decadencia procuran revertir el veredicto inexorable de la historia exacerbando su agresividad y sus atropellos en medio de un clima de insoportable descomposición moral. Ocurrió con el Imperio Romano, luego con el español, más tarde con el otomano, después con el británico, el portugués y hoy está ocurriendo con el norteamericano. No otra es la conclusión que puede extraerse al mirar los numerosos videos que ilustran la forma en que se “hizo justicia” con Khadafi, algo que descalifica irreparablemente a quienes se arrogan la condición de representantes de los más elevados valores de la civilización occidental. Sobre ésta cabría recordar la respuesta que diera Mahatma Gandhi a la pregunta de un periodista, interesado en conocer la opinión del líder asiático sobre el tema: “es una buena idea”, respondió con sorna.
El imperialismo necesitaba a Khadafi muerto, lo mismo que Bin Laden. Vivos eran un peligro inmediato, porque sus declaraciones en sede judicial ya no serían tan fáciles de ocultar ante la opinión pública mundial como lo fue en el caso de Saddam Hussein. Si Khadafi hablaba podría haber hecho espectaculares revelaciones, confirmando numerosas sospechas y abonando muchas intuiciones que podrían haber sido documentadas contundentemente por el líder libio, aportando nombres de testaferros imperiales, datos de contratos, comisiones y coimas pagadas a gestores, cuentas en las cuales se depositaron los fondos y muchas cosas más. Podríamos haber sabido que fue lo que Estados Unidos le ofreció a cambio de su suicida colaboración en la “lucha contra el terrorismo”, que permitió que en Libia se torturara a los sospechosos que Washington no podía atormentar en Estados Unidos. Habríamos también sabido cuánto dinero aportó para la campaña presidencial de Sarkozy y qué obtuvo a cambio; cuáles fueron los términos del arreglo con Tony Blair y la razón por la cual hizo donativos tan generosos a la London School of Economics; cómo se organizó la trata de personas para enviar jovencitas al decrépito fauno italiano, Silvio Berlusconi, y tantas cosas más. Por eso era necesario callarlo, a como diera lugar.
El último Khadafi, el que se arroja a los brazos de los imperialistas, cometió una sucesión de errores impropios de alguien que ya venía ejerciendo el poder durante treinta años, sobre todo si se tiene en cuenta que el poder enseña. Primer error: creer en la palabra de los líderes occidentales, mafiosos de cuello blanco a los cuales jamás hay que creerles porque más allá de sus rasgos individuales –deleznables salvo alguna que otra excepción– son la personificación de un sistema intrínsecamente inmoral, corrupto e irreformable. Le hubiera venido bien a Khadafi recordar aquella sentencia del Che Guevara cuando decía que “¡no se puede confiar en el imperialismo ni un tantito así!”. Y él confió. Y al hacerlo cometió un segundo error: desarmarse. Si los canallas de la OTAN pudieron bombardear a piacere a Libia fue porque Khadafi había desarticulado su sistema de defensa antiaérea y ya no tenía misiles tierra-aire. “Ahora somos amigos”, le dijeron Bush, Obama, Blair, Aznar, Zapatero, Sarkozy y Berlusconi y él les creyó. Tercer error, olvidar que como lo recuerda Noam Chomsky, Estados Unidos sólo ataca a rivales débiles e inermes, o que los considera como tales. Por eso pudo atacar a Irak, cuando ya estaba desangrado por la guerra con Irán y largos años de bloqueo. Por eso no ataca a Cuba, porque según los propios reportes de la CIA ocupar militarmente la isla le costaría un mínimo de veinte mil muertos, precio demasiado caro para cualquier presidente.
Los imperialistas le negaron a Khadafi lo que les concedieron a los jerarcas nazis que aniquilaron a seis millones de judíos. ¿Fueron sus crímenes más monstruosos que las atrocidades de los nazis? Y el fiscal general de la Corte Penal Internacional, Luis Moreno Ocampo, mira para otro lado cuando debería iniciar una demanda en contra del jefe de la OTAN, causante de unas 70.000 muertes de civiles libios. En una muestra de repugnante putrefacción moral la secretaria de Estado Hillary Clinton celebró con risas y una humorada la noticia del asesinato de Khadafi. (Ver http://www.youtube.com/watch?v=Fgcd1ghag5Y) Un poco más cautelosa fue la reacción del Tío Tom (el esclavo negro apatronado que piensa y actúa en función de sus amos blancos) que habita en la Casa Blanca, pero que ya hace unas semanas se había mostrado complacido por la eficacia de la metodología ensayada en Libia, la misma que advirtió podría ser aplicada a otros líderes no dispuestos a lamerle las botas al Tío Sam. Esta ocasional victoria, preludio de una infernal guerra civil que conmoverá a Libia y todo el mundo árabe en poco tiempo más, no detendrá la caída del imperio. Mientras tanto, como lo observa un agudo filósofo italiano, Domenico Losurdo, el crimen de Sirte puso en evidencia algo impensable hasta hace pocos meses: la superioridad moral de Khadafi respecto de los carniceros de Washington y Bruselas. Dijo que lucharía hasta el final, que no abandonaría a su pueblo y respetó su palabra. Con eso le basta y sobra para erguirse por encima de sus victimarios.
Fuente: www.pagina12.com.ar
III
El linchamiento de Muammar Gaddafi
Thierry Meyssan
Jueves, 20 de octubre 2011, a 13h30 GMT, el Consejo Nacional de Transición (CNT) de Libia anunció la muerte de Muammar el-Gaddafi. A pesar de la gran confusión inicial, los primeros elementos sugieren que una caravana de coches intentaban salir de la ciudad de Sirte, ciudad sitiada, en donde la caravana fue bloqueada o en parte destruida por los bombardeos de la OTAN. Los sobrevivientes de esta caravana, dicen, se refugiaron entonces en las tuberías de una canalización. Gaddafi, que habría resultado herido, fue entonces capturado por la brigada Tigre de la tribu de los Misrata que habría aprovechado la ocasión para lincharlo.
El cuerpo del «Guía» de la Gran Jamahiriya Árabe Socialista no fue autorizado a que sea conservado en su ciudad natal de Sirte, o transportado a Trípoli, la capital, para su entierro, el cuerpo ha sido enviado como un trofeo de guerra por los Misrata a la ciudad del mismo nombre.
La tribu de los Misrata, que durante bastante tiempo dudó que campo escoger [el de los rebeldes o el de Gaddafi] y que en la actualidad prácticamente no tiene representante dentro del CNT, habrá dado finalmente el asalto de Trípoli después del bombardeo de la OTAN, y habrá linchado a Muammar el-Gaddafi tras el bombardeo de su caravana por la OTAN. E incluso ha trasladado el cuerpo del «Guía» a su ciudad para celebrar su triunfo. En julio, el «Guía» habría maldecido a los Misrata, instándolos de partir hacia Estambul y Tel Aviv, refiriéndose al hecho de que su tribu proviene de judíos turcos inmigrantes que se convirtieron al Islam.
Una avalancha de comentarios preparados bien de antemano han sido lanzados masivamente en todos los medios comerciales atlantistas con finalidad de demonizar una vez más a Gaddafi, y por lo tanto, hacer olvidar las condiciones bárbaras de su linchamiento y muerte.
Los principales dirigentes de la Coalición [de la OTAN] han celebrado jubilosamente la muerte de su enemigo y dicen estos que marca el acto final de la operación «Protector Unificado». Al hacerlo, ellos admiten implícitamente que dicha operación no tenía como finalidad hacer respetar y aplicar la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU, sino que tenía más bien como finalidad la de derribar un sistema político y la de matar a un líder, es decir al presidente de una nación, y esto a pesar que el asesinato de un jefe de estado en función está prohibido por la ley [jurisprudencia] de EE.UU. y condenado universalmente.
Además, el linchamiento de Muammar el Gadafi, demuestra la voluntad de la OTAN de no querer llevarlo ante la Corte Penal Internacional para juzgarlo simplemente porque no hubiera sido capaz de condenarlo por crímenes contra la humanidad a falta de pruebas fehacientes, de la misma manera que el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia no pudo demostrar la culpabilidad de Slobodan Milosevic, a pesar de dos años de proceso.
En el torrente de barro y de calumnias vertidas por los medios de comunicación comercial atlantistas para ensuciar el legado y la memoria de Gaddafi, las mentiras y falsas acusaciones son repetidas constantemente, lo que demuestra a contrario que estos medios de comunicación tienen en realidad pocos elementos que sean auténticos y que pudiesen ser utilizados en contra de Gaddafi.
Así llega el caso del atentado contra la discoteca La Belle en Berlín (5 de abril de 1986, tres muertos, era en esa entonces la RFA República Federal de Alemania), suceso que fue utilizado como pretexto por la administración Reagan para bombardear su palacio y matar a su hija (14 de abril de 1986, por lo menos 50 muertos). En esa entonces, el fiscal alemán Detlev Mehlis (el mismo fiscal alemán que veinte años más tarde lo vamos a encontrar a cargo de la investigación del asesinato del primer ministro libanés Rafik al-Hariri y la falsificación de esta investigación) se basó en el testimonio de Eter Mushad para acusar a un diplomático libio y su cómplice Mohammed Amair. Sin embargo, la televisión alemana ZDF descubrió más tarde que Mushad Eter era un testigo falso y más bien un verdadero agente de la CIA, mientras que el atacante Mahammed Aamir era un agente del Mossad [1].
O el caso del atentado de Lockerbie (21 de diciembre de 1988, 270 muertes): los investigadores identificaron al dueño de la maleta que contenía la bomba y el sistema relojero para activar el explosivo gracias al testimonio de un comerciante maltés que había vendido un pantalón, pantalón que fue encontrado en la misma maleta-bomba. La justicia escocesa acusó entonces a dos agentes libios Abdelbasset Ali Mohmed Al Megrahi y Al Amin Khalifa Fhimah y el Consejo de Seguridad de la ONU tomó las sanciones contra Libia.
En última instancia, para poner fin a las sanciones, Libia accedió extraditar a los dos agentes (el primero fue condenado a cadena perpetua, el segundo fue absuelto) y a pagar $ 2.7 mil millones en compensación, mientras que el acusado prisionero continua proclamando su inocencia hasta hoy día.
En definitiva, en agosto de 2005, uno de los responsables escoceses encargado de la investigación declaró que la principal prueba, el sistema auto-disparador (temporizador o sistema relojero desencadenando la bomba) había sido colocado en el lugar del accidente por un agente de la CIA.
Más tarde, el mismo experto que había analizado el temporizador (relojero) para el tribunal admitió que él mismo había fabricado ese aparato antes que la CIA lo ponga sobre el lugar del accidente [donde cayeron los restos del avión]. Finalmente, el comerciante y vendedor de pantalones de Malta admitió haber recibido 2 millones de dólares para dar un falso testimonio. Las autoridades escocesas decidieron revisar el caso y el proceso, pero la salud de Abdel Basset Ali Mohmed Al Megrahi no lo permitió.
La actual campaña de desinformación [sobre Libia y Gaddafi] incluye también un aspecto sobre el estilo de vida del reciente difunto. Se le describe como un faraón con su suntuoso y lujoso modo de vida, de su astronómica fortuna oculta. Pero todos aquellos que conocieron de cerca a Muammar el Gadafi, o simplemente aquellos que han visitado su casa de familia y su residencia después de los bombardeos pueden dar fe de que él vivía en un ambiente similar al de la burguesía de su país, lejos de la ostentación jet-set de su ministro de Planificación, Mahmoud Jibril.
Del mismo modo, ninguno de los países que siguen investigando el paradero de la fortuna oculta de Gadafi, busqueda que se ha prolongado durante meses, ha sido capaz de encontrar esto. Todo el material y sumas incautadas pertenecían al gobierno libio y no al «Guía».
Al contrario, los medios de comunicación comerciales atlantistas sólo mencionan la orden de arresto internacional emitida por Interpol contra Muammar el-Gaddafi antes que comience la ofensiva de la OTAN sobre Libia.
Pero estos mismos medios de comunicación no dicen nada de la acusación de la justicia libanesa contra Gaddafi por haber eliminado al imán Musa Sadr y sus compañeros (en 1978). Esta omisión se debe al hecho de que el secuestro fue patrocinado por los Estados Unidos que quería eliminar a este imán chiíta antes de dejar que el ayatolá Ruhollah Jomeini regrese a Irán, por miedo a que Sadr no extienda por el Líbano la influencia de la revolución iraní.
Los medios de comunicación atlantistas no mencionan las críticas formuladas por la Resistencia civil anti-imperialista libanesa y las que también hicimos nosotros contra Muammar el-Gaddafi: sus compromisos oportunistas con Israel.
Por mi parte, puedo asegurar que, hasta la batalla de Trípoli, el «Guía» negoció con los enviados de Israel, con la esperanza de poder comprar la protección de Tel Aviv.
También debo testimoniar que, a pesar de mis críticas a su política internacional, y a pesar del expediente completo acerca de mí que la DCRI (rama de los servicios secretos franceses) le había proporcionado amablemente en julio en un intento para que me arrestaran, Muammar el Gadafi, me dió su confianza y me pidió que ayudara a su país para hacer valer sus derechos ante las Naciones Unidas [2], un comportamiento que no refleja la de un tirano abyecto.
Los medios de comunicación comerciales atlantistas no mencionaron tampoco las injerencias de Libia en la vida política francesa, ingerencia de Libia que yo condené, sobre todo acerca del financiamiento ilegal de la campaña electoral presidencial de Nicolas Sarkozy y de Ségolène Royal. El «Guía» había autorizado a su cuñado Abdallah Senoussi para que corrompa a los dos principales candidatos presidenciales franceses a cambio de la promesa de darle una amnistía o de ejercer presión sobre la justicia francesa para que cierren su expediente penal. [3]
Pero sobre todo, los medios de comunicación atlantistas nunca mencionaron el principal trabajo del «Guía»: el derrocamiento de una monarquía títere impuesta por los anglosajones, la expulsión de las tropas extranjeras estacionadas en Libia, la nacionalización de los hidrocarburos, la construcción del Man Made River (el sistema de irrigación más importante en el mundo), la redistribución de las ganancias del petróleo dentro de la población (que hizo que una de las poblaciones más pobres del mundo sea la más rica de África), el asilo generoso a los refugiados palestinos y la ayuda al desarrollo sin precedentes en el Tercer Mundo (la ayuda de Libia al desarrollo era más importante que la toda la ayuda reunida de los países del G-20).
La muerte de Muammar el Gadafi, no va a cambiar nada en el plano internacional. El acontecimiento más importante fue la caída de Trípoli, ciudad bombardeada masivamente y conquistada por la OTAN —sin duda el peor crimen de guerra en este siglo—, seguido de la entrada de la tribu de los Misrata para controlar la capital [y la masacre de inocentes].
Semanas antes que comience la batalla de Trípoli, la gran mayoría de los ciudadanos libios participaron, viernes tras viernes, en masivas manifestaciones contra la OTAN, contra el CNT y a favor de Gaddafi.
Ahora el país está destruido y están gobernados por la OTAN y sus títeres fantoches del CNT.
La muerte del «Guía» tendrá por otro lado un efecto traumático y durable en la sociedad libia. Matando con sus sicarios al líder del país, la OTAN ha destruido la esencia misma del principio de autoridad. Será necesario muchos años y mucha violencia antes que un nuevo líder pueda surgir y sea reconocido por el conjunto de las tribus, o que el sistema tribal sea remplazado por otro modo de organización social.
En este sentido, la muerte de Muammar el Gadafi, abre un período de incertidumbre y desestabilización para el país, país que puede ir camino a una iraquización o somalización de su territorio [en referencia a Irak y Somalia dos estados fallidos en la actualidad].
Thierry Meyssan
[1] Investigación de la revista Frontal, difundida por el canal alemán ZDF el 28 de agosto de 1998.
[2] «Cosa que yo hice de manera solidaria y sin ninguna remuneración», ndlr.
[3] Abdallah Senoussi había sido condenado por rebeldía y sedición en Francia por el atentado contra el avión DC-10 de la compañía francesa de aviación UTA (19 de septiembre de 1989, 170 muertos) durante la guerra del Chad.
Fuente: www.voltairenet.org
Publicadas por OIDISLAM a la/s 2:46 PM
23/10/11
Fuente: Islam Indoamericano
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