jueves, 15 de noviembre de 2018

MORISCOS EN AMÉRICA

Hace ya unos posteos que venimos hablando de los moriscos y la incidencia sociocultural y étnica que tuvieron en la forja del gaucherío primitivo. Ahora bien, ¿quiénes fueron esos "moriscos"? Un poco de historia:
La Tradición Islámica ingresa en la península Ibérica hacia el año 711 a través de la figura legendaria de Táriq ibn Ziyad, general amazigh del por entonces gobernador del Califato Omeya en el norte de África, Musa ibn Nusair. Los gobernadores del Califato Omeya eran de origen árabe, quienes, partiendo desde Arabia se asentaron en Damasco (capital del califato en lo que hoy es Siria) para luego gobernar sobre el norte de África. En aquel entonces el norte de África estaba habitado por diversas etnias Imazighen (también llamadas ‘bereberes’) como los Cabileños, Chleuh, Tuaregs, etc. Imazighen (en singular ‘amazigh’) quiere decir ‘hombres libres’, como se llaman a sí mismos, denominación común en Marruecos y Argelia.
‘Bereber’ procede de la adaptación árabe de ‘barbr’ del término griego ‘barbaros’ (atención a la dicotomía que luego establecerá Sarmiento). En la antigüedad los griegos conocían a los bereberes como Libios y los romanos los llamaban ‘numidios’ o ‘mauritanos’. Los europeos medievales los incluyeron en los ‘moros’, palabra procedente de ‘mauro’, es decir, ‘de piel oscura’ (de aquí ‘moreno’), nombre que aplicaban a todos los musulmanes del norte de África. A este respecto es importante lo que el antropólogo francés Atgier señala: “Si entre griegos y romanos ‘moro’ equivalía a ‘negro’, en la lengua bereber ‘negro’ se decía y se dice ‘berik’. En varios dialectos de estas gentes el masculino plural se forma del prefijo ‘iberik’, pues significa ‘los negros’. En otros dialectos se prescinde del prefijo y ‘berik’ es lo mismo en plural. Si en este vocablo suprimimos la terminación ‘ik'’, que adjetiva así como ‘ico’ en ‘ibérico’, y se dobla la radical ‘ber’ -lo que es bastante común en los idiomas del norte de África- obtenemos la voz ‘berber’. Resulta, pues, que ‘moro’, ‘íbero’ y ‘bereber’ indican un pueblo primitivamente de piel oscura, que se ha ido modificando por mezcla con otros que sucesivamente fueron ingresando al país.” Es decir, estos moros y bereberes de ancestro musulmán serán los encargados de poblar Al-Ándalus y de llevar su cultura heredera del oriente.
Como Al-Ándalus se conocerá entonces al territorio de dominio islámico en la Península Ibérica.
Hacia mediados del siglo XIII, al-Ándalus quedará reducido al reino nazarí de Granada, el cual capitula ante los Reyes Católicos en el año 1492.
Se llamó Mudéjares a los musulmanes que permanecieron viviendo en territorio conquistado por los cristianos y bajo su control político. El término deriva de la palabra árabe Mudayyan que significa ‘los que se quedaron’, de donde ‘doméstico’ o ‘domesticado’. En su gran mayoría, de condición social humilde, eran campesinos con una especial vinculación con las tareas rurales o artesanos especializados (y estos son datos a tener en cuenta para la posterior incidencia que aquellas tareas tuvieron en la forja de las culturas ecuestres y rurales en Sudamérica).
En un principio, las condiciones de la rendición del reino nazarí de Granada permitían a los musulmanes la continuidad y el ejercicio de la religión y la cultura islámica; sin embargo hubo un rotundo incumplimiento de lo pactado ya que se formaron misiones que intentaron convertir a los musulmanes al cristianismo, lo que motivó los primeros conflictos.
En el año 1499 se le encomienda al Cardenal Cisneros la tarea de persuadir con más dureza la conversión de mudéjares al cristianismo. Este hombre no dudará en emplear métodos represivos para lograr su objetivo, lo que lo llevó a cometer actos tan desafortunados como la quema de librerías islámicas en diciembre del mismo año. Más de ochenta mil manuscritos de la España islámica se perdieron para siempre tras el afán inquisidor de borrar la identidad islámica.
En el año 1500, y debido a la persecución incesante de que eran objeto los mudéjares, se produce el levantamiento popular del barrio de Albaicín. Debido a este, en febrero de 1502 se emite una Pragmática que ordenaba la conversión de los musulmanes o su expulsión. A partir de estas conversiones forzadas, los mudéjares pasaron a ser denominados ‘moriscos’, diminutivo despectivo de ‘moro’. Los moriscos también fueron conocidos como ‘cristianos nuevos’, denominación que sentará una distinción racial discriminativa entre los descendientes de moros y los cristianos viejos.
En 1566 Felipe II prohíbe el uso de la lengua árabe, de vestimentas y ceremonias de origen musulmán. Esto desata la rebelión de las Alpujarras (1568-1571). Tras esta fracasada rebelión, la nobleza española, cegada por un furor racista, presiona al Rey para que proceda a la expulsión masiva de los moriscos. Esta se llevó a cabo entre los años 1609 y 1614. Los moriscos entonces se asentaron en el norte de África. Algunos se quedaron en España y Portugal, fingiendo ser cristianos nuevos o gitanos, pero permaneciendo fieles a la fe islámica. El resto emigró a América en similares condiciones de clandestinidad.
Hacia finales del siglo XVI se estima que la población morisca en los reinos peninsulares podía oscilar entre las 300.000 y 500.000 personas. Se concentraban fundamentalmente en el Reino de Valencia y en Extremadura, Murcia y Andalucía. Odiados por los cristianos viejos, rechazados por la corona y detestados por la Iglesia, que dudaba de la sinceridad de su conversión, los moriscos devinieron en una masa objeto de toda clase de sospechas y de imposible integración por cuanto suponía la pervivencia dentro de España de un pueblo inasimilable y hostil.
De los colonizadores venidos de España a tierras americanas, sabido es que el grupo más numeroso procedía de Andalucía, la región cuyo pasado nombre, al-Ándalus, como dijimos, fue el dado por los musulmanes al territorio peninsular conquistado por ellos a partir de 711. El índice geobiográfico de cuarenta mil pobladores españoles de América reunido por Peter Boyd-Bowman, prueba que el continente andaluz fue mayoritario en los primeros tiempos del período antillano, al formarse el sedimento inicial de la sociedad colonial americana; después, aunque no mayoritario, fue doble o triple que el de cualquiera de las regiones más aportadoras.
Ahora bien, desde el hecho de encontrar voces y modismos de procedencia árabe en el primitivo lenguaje colonial, voces que pervivieron en el idioma de América y que sin embargo no se hallan en el castellano de España, y notables pautas culturales que arraigaron en suelo americano y que no se deben confundir con el exiguo legado transmitido por los españoles del sector cristiano europeo, nos permite inferir la presencia del elemento humano morisco que se encontró afianzado desde un principio de la sociedad colonial americana, y esto tiene que ver con la huida de este elemento humano de condiciones de vida difíciles y hostiles. El historiador español Antonio Dominguez Ortíz afirma que venir a América para el europeo normal se presentaba como una empresa muy arriesgada, que sólo intentarían aventureros, perseguidos políticos y religiosos y otras categorías excepcionales. Los moriscos, descendientes de musulmanes, serán los más necesitados de abandonar España luego del decreto de expulsión decretado en 1609 contra su comunidad. Al mismo tiempo, el movimiento humano que supone la colonización del Nuevo Mundo brindaría la ocasión de que estos moriscos, disimulando su origen, aprovecharan las ventajas de radicarse en América.
El historiador mejicano Hernán G. H. Taboada explica que luego de la conquista de Granada, entre los cristianos viejos se veía favorablemente el envío de moriscos hacia otras tierras ya que temían su crecimiento demográfico en la Península debido a que ni la censura religiosa ni la emigración voluntaria impedían su aumento. Ante lo cual, entre la gran cantidad de soluciones propuestas figuran las de enviarlos a regiones americanas, como por ejemplo a la inhóspita Terranova o como Bernardino de Escalante aconsejaba a Felipe II, en una carta del año 1596, que “aunque sea disimuladamente, debe su Majestad mandar que todos los años se saquen con este nombre de pobladores cantidad de moriscos con sus mujeres e hijos, de los lugares donde habitan que más a propósito pareciere, sin respetar a ricos ni a pobres, y llevarlos a embarcar a los puertos cuando se ofrecieren flotas que partan a Tierra Firme, Honduras y Nueva España” y repartirlos en poblaciones de españoles e indios, dándoles tierras y ocupaciones, aislándolos y ocupándolos en expediciones de conquista.
Igualmente la conocida laboriosidad de los moriscos hizo que en ocasiones se los requiriese en América, por ejemplo, para instalar obrajes de seda en Nueva España sugirió su envío el obispo Zumirraga hacia 1540; un pedido semejante hacía el arquitecto italiano Juan Bautista Antonelli para las obras de fortificación en Cuba. A pesar que estas sugerencias no fueron atendidas, los moriscos bien pudieron ingresar a América hasta el año 1578, momento en que se les hizo extensivo el cierre al Nuevo Mundo: los que ya habían llegado deberían ser devueltos a España. Sin embargo siguieron llegando y los ecos de su presencia resuenan hasta el fin de la Colonia. La Inquisición los creía descubrir con frecuencia y les atribuía creencias y conjuras.
A pesar de las prohibiciones y las persecuciones, la presencia de moriscos en el Nuevo Mundo se encuentra significativamente mencionada; Taboada cita: los cronistas del Perú, la obra en verso de Juan de Castellanos, la Crónica del Potosí de Arzáns de Orsúa y Vela, los archivos protocolares y los procesos de la Inquisición dan nombres y ejemplos; soldados, guardaespaldas, artesanos, esclavos, concubinas de origen morisco, que a veces llevan como sobrenombre la marca de su origen, practican sortilegios y curaciones o interpretan sueños, lo que ya en España era típico de su grupo. Taboada hace notar que también es posible que hubiera moriscas esclavas o libres llevadas a Indias para ejercer la prostitución, aunque también se habla de un morisco que llegó a cacique de un grupo de nativos de Venezuela, lo que debemos tener en cuenta al momento de considerar el carácter de ciertas sublevaciones y el atributo libertario y emancipatorio del morisco plasmado luego en el código de conducta de los criollos marginales, que el historiador argentino Hugo Chumbita ha dado en llamar bandoleros rurales.
Los moriscos que se aventuraban al Nuevo Mundo debían llegar con un permiso especial, que será sistemáticamente anulado a partir de 1578, lo que, a pesar de los datos suministrados por Taboada, nos puede permitir inferir erróneamente una escasa presencia morisca en América, como manifiestan, por ejemplo, el tribunal inquisitorial de Lima que entre 1570 y 1600 procesó a 78 criptojudíos y sólo a dos moriscos, o como en el virreinato de Méjico que los moriscos no son señalados como puntos neurálgicos, es decir, de consideración. Sin embargo hubo una serie de causas y factores que favorecieron una cierta invisibilidad del morisco en el Nuevo Mundo. La investigadora M. E. Sagarzazu enumera cuatro causas razonablemente posibles: 1) la frecuente inmigración ilegal; 2) la pobreza de informes y procesos encausados por la Inquisición del Nuevo Mundo; 3) el escaso número de criptomusulmanes que entre los moriscos llegaban, y 4) la falta de idoneidad de quienes debían detectar las herejías, entre las que figuraba el criptoislamismo. Dentro de los ingresos ilegales se incluyen náufragos, desertores y desterrados que dependiendo de las condiciones anteriores de vida acabaron encontrando en tierras americanas un lugar de delicias. La historiadora española R. Sánchez Rubio apunta que la compraventa de licencias permitió el paso de prohibidos a las Indias y la profesora portorriqueña Luce Lopez-Baralt, sobre la presencia morisca en Puerto Rico, acota lo siguiente: “ya sabemos que aunque el paso de moriscos y judeoconversos estaba prohibido, por lo dudoso de su ortodoxia, estas disposiciones se burlaron repetidamente. La presencia de descendientes de moriscos y aún de criptomusulmanes es, no cabe duda, una realidad documentada en los albores de nuestra historia nacional”. Esta afirmación sirve de conclusión a una investigación sobre la existencia de otros conversos de moro en la isla de Puerto Rico. Otro ejemplo notable lo aporta Rodríguez Molas en su Historia Social del Gaucho, cuando informa que a pesar de las estrictas disposiciones prohibiendo el ingreso de penitenciados por la Inquisición -moros y judíos, al igual que sus descendientes- una información de limpieza de sangre autorizándolo a hacerlo era lo más simple y fácil de obtener, y muchas veces, como ocurre con los acompañantes del colonizador español Juan Ortiz de Zárate, tampoco lo exigen. Rodríguez Molas dice que el hecho era tan corriente, tan popular, que hasta cierto personaje de una novela española del siglo XVII se burlaba de la disposición oficial con inusitado desparpajo: “Fácil negocio es eso... porque si hay en Sevilla testigos para decir mal quitando la fama, honra y crédito de quien no conocieron ni oyeron decir, mejor los hallará para decir y acreditar a quien se lo pague... Y yo, que tanto deseaba ver el Nuevo Mundo... salí de la posada en busca de algunos amigos para mi abono y nueva información, deparándome mi buena suerte cuatro que a pretender hábito de Alcántara, por sus dichos no lo perdiera (de obtener)” (Jerónimo de Alcalá, El donado hablador, en Novelistas posteriores a Cervantes, Madrid, 1946). Sobre la facilidad de obtener en expediente de limpieza de sangre Rodríguez Molas recuerda que fray José de Madrid, nieto del comerciante sefardí portugués Diego Luis de Lisboa, demuestra ser ‘cristiano viejo’ sin antecedentes judíos (en Palacio de Madrid, Archivo de la Real Capilla, Pruebas de Predicadores, legajo 7).
Sagarzazu apunta que otra vía de ingreso imposible de ser detectada la proporcionaban las naves sin licencia que transportaban a quien estuviera en condiciones de pagar el traslado, fueran o no prohibidos. Otra circunstancia que facilitó el paso de los moriscos a las colonias de América se infiere que las naves destinadas al Brasil y al Río de la Plata paraban en Canarias, y como hace notar el prof. Manuel Lobo Cabrera, estas islas habían quedado como la única porción del territorio español de la que los moriscos no fueron expulsados.
Ahora bien, existió un indudable rigor de carácter fundamentalista que consideró al morisco, por su ascendiente musulmán, como alguien de sangre impura, prohibida, lo que favoreció a la ilegalidad del mismo en el Nuevo Mundo. Sin embargo, la atribución de ilicitud e ilegalidad al ingreso de moriscos a América, no significa que los miembros de aquel colectivo tuviesen una inclinación a los actos delictivos, sino que era la consideración de que a ellos les estaba prohibido lo que a otros no, o que explícitamente llevaban un estilo de vida y costumbres censurados o mal vistos por los cristianos viejos. Estos aspectos convergen para crear una imagen negativa de algunos primitivos pobladores llegados de la Península, es decir, que no eran gente de buena estirpe. Por ejemplo, según los catálogos de Pasajeros a Indias, Ortiz de Zárate, luego de insistentes requerimientos y bandos, reúne aproximadamente trescientos voluntarios que según el decir del tesorero Montalvo eran la “escoria de Andalucía”, desplazados (prohibidos) a los que se agregan cientos de campesinos hambrientos y soldados sin esperanza... El cronista Fernández de Oviedo ya antes había escrito lo que luego se transformaría en tendencia general: “En aquellos principios si pasaba un hombre noble y de clara sangre, venían diez descomedidos y de otros linajes oscuros y bajos”. Juan Friede observa que de 13.000 pasajeros que emigran entre 1509 y 1550 sólo se mencionan a 36 hidalgos, es decir, de buena sangre (citado por Rodríguez Molas, pág 33).
En las colonias, la escasa capacidad de los agentes encargados en descubrir al cristiano nuevo de moros o de judíos, facilitó al morisco velar costumbres de ancestro musulmán, sobre todo la negativa de consumir carne porcina. Así mismo, como apunta Sagarzazu, el tipo de vida de muchos de los primeros españoles, al unirse con mujeres indígenas, fue rural, lo que a propósito de las costumbres los favorecía triplemente, ya que dentro del matrimonio era entonces el varón (un morisco, en este caso) el que a través de su supremacía como conquistador y como hombre imponía su voluntad y sus costumbres, y porque el alejamiento de los centros urbanos les permitía reproducir sin testigos las tradiciones que traía (costumbres más tarde encargadas de originar el código de conducta gauchesco, sobre todo en los criollos de la zona comprendida por lo que hoy es Argentina, Uruguay y sur de Brasil). El campo, entonces, resultó ser el ámbito propicio para que los moriscos encontraran la tranquilidad de una vida en relativa libertad. Los obispos deban la razón de no poder llegar a estos pobladores porque se encontraban diseminados en territorios demasiado extensos, razón que también conspiró contra la autoridad inquisitorial encargada de detectar a posibles criptomusulmanes. Así la marginalidad podía prosperar en las Indias con facilidad y, como dice Sagarzazu, ese fue el motivo por el que la clandestinidad ofreció un marco adecuado para obviar una presencia tan esquiva como la morisca en América. La ausencia de controles institucionales favoreció así un estado de cosas que sería aprovechado por quienes buscaban una grieta para escapar de una situación agobiante como en la que se encontraban los miembros de los colectivos marginalizados de la sociedad colonial española.
(continuará...)
Autor: Federico Mustafa Alassino
15/11/2018

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