Jesús versus Santa Klaus
Por: Marcelo Colussi (especial para ARGENPRESS.info)
Fecha publicación: 26/12/2007
Los romanos de la antigüedad clásica edificaron un imperio de dimensiones colosales. Lujurioso y sanguinario como todos los imperios; organizado como quizá ninguno. Esto último, sin dudas, fue el secreto de su prolongado esplendor. En su dilatada existencia se vio enfrentado a innumerables fuerzas exteriores, pero la que más lo perturbó fue un movimiento surgido en su seno.
Según cuenta la historia, hace unos dos mil años en Galilea y Judea, colonias del Asia Menor, vivió un predicador que puso en marcha una tremenda conmoción. Se trataba -según relata la crónica, siempre incompleta y fragmentaria- de un carpintero judío que por un largo período estuvo preparándose en las sombras y que a la edad de 30 años comenzó su prédica. Prédica que consistía, básicamente, en el llamado al amor por el prójimo. Este judío, siempre según las historias que nos han llegado hasta el día de hoy, fue construyendo un movimiento cultural-espiritual con su llamado al amor, a la fraternidad y a la solidaridad que terminó transformándose en una seria afrenta al poder imperial de Roma. Tan grande fue la subversión que despertaron sus discursos en sus seguidores posteriores que ese movimiento -llamado cristianismo- se convirtió en un peligro de lo que hoy podríamos llamar 'seguridad nacional' para la Roma de aquel entonces. Así las cosas, el César en persona, Constantino el Grande para el caso, tomó cartas en el asunto tratando de neutralizar esa fuerza político-cultural contestataria que venía surgiendo en el seno del imperio. Hablar de igualdad en el medio de una sociedad esclavista altamente segmentada, con clases sociales inamovibles, era un agravio intolerable. Por eso los primeros seguidores de ese 'predicador loco', este judío harapiento que recorría los desiertos llamando a 'poner la otra mejilla', fueron brutalmente reprimidos, perseguidos, transformándose en alimento para los leones en el circo. No hubo mejor solución para neutralizarlos que comprar a su dirigencia. Y eso fue lo que se hizo en el Concilio de Nicea, en el año 325.
Ahí se decidió integrar a la Iglesia Católica con la jerarquía del poder del Imperio; a partir de entonces el espíritu contestatario original de los tres primeros siglos de cristianismo se esfumó. Para ello fue necesario 'desterrenalizar' todo ese movimiento creándole un hálito mágico, sobrenatural, de fuera de este mundo a su inspirador, ese judío subversivo muerto en la cruz y que, según tejió la historia, revivió a los tres días saliendo volando hacia el cielo. En otros términos: se le hizo divino, hijo de dios, personaje inalcanzable. Jesús de Nazareth, por una terrena decisión de muy terrenales poderes, pasó a ser deidad, y el cristianismo se hizo parte del mecanismo del poder imperial convirtiéndose en religión oficial del imperio. Constituida en poder terrenal, la Iglesia siguió un curso propio, terminando de sobrevivir al mismo Imperio Romano, siendo posteriormente el gran poder de la Europa medieval -poniendo y quitando reyes- y llegando a nuestros días como una institución casi inconmovible, muy debilitada ya, pero aún con la inteligencia necesaria para seguir acomodándose a los nuevos tiempos sin perder del todo su perfil.
Hoy, después de transcurridos dos milenios, la figura de aquel barbado predicador que, según se nos cuenta, osaba enfrentarse a los ricos de su momento -independientemente que haya existido o no-, su figura, pero más aún, su mensaje, siguen despertando polémica. La Santa Iglesia Católica, ese poder enorme que es esta institución base del Occidente, con sede en Roma, que responde a un jerarca que según dictamina una encíclica del siglo XIX es ¡infalible! (sic), cuenta una historia, nos habla de un Cristo Rey -bendiciendo ejércitos y empresas privadas, avalando invasiones, matanzas, injusticias-. Otras posiciones, que por cierto también se dicen cristianas y que mantienen una relación de tirantez con el Vaticano, proponen otra lectura de los hechos. Estas posiciones hablan de un Jesús de los pobres. Al lado de la pompa y la fastuosidad monumental de la jerarquía, de un Papa que viste ropas de oro y piedras preciosas, también hay curas obreros, curas que, incluso, se integraron a la lucha armada por un mundo distinto. Al lado de la Iglesia que ayudó a masacrar a la población amerindia, hay también una Teología de la Liberación que habla de revolución socialista. Lo curioso es que ambos se dicen cristianos. ¿Cristo Rey o Jesús de los pobres?
Los libros sagrados del cristianismo no fueron escritos por quien fuera el predicador original, el que enseñó la igualdad, el que reprobó la soberbia. ¿Qué habrá dicho en verdad Jesús de Nazareth? Nada dejó escrito. Cuando se lo endiosó en aquel lejano concilio de Nicea hace 1.700 años, toda su enseñanza quedó sumida en el misterio. Y, por supuesto, con un dios nadie puede meterse.
Lo cierto es que hoy, a más de dos milenios de la celebración de su nacimiento en un humilde establo de la aldea de Nazareth, surgen preguntas desconcertantes. Si es cierto que ese hombre de carne y hueso, enfrentándose a la monstruosa maquinaria político-militar del gran imperio romano, predicó el amor incondicional al prójimo, la solidaridad y el rechazo a la ostentación, ¿cómo es posible que en su nombre se siga manteniendo una institución que sistemáticamente se alineó al lado de los grandes poderes económicos? Y más desconcertante aún, si el 24 de diciembre se evoca su nacimiento: ¿por qué esa fecha pasó a estar cada vez más representada por ese personaje europeo -blanco y varonil- en cuyo nombre hay que hacer regalos y consumir? (nos referimos a Santa Klaus, o Papá Noel). ¿Cómo, evocando el nacimiento de quien predicó la humildad, su cumpleaños lo festejamos con unas bacanales donde se gasta buena parte del dinero que se acumuló durante todo el año? ¿Por qué este personaje de raigambre nórdica llevado al paroxismo por la cultura consumista que nos fue imponiendo el capitalismo depredador de estos dos últimos siglos, reemplazó al predicador de Galilea?
Si la esencia del mundo moderno es el consumo (aunque no se sepa bien para qué), consumo con ribetes casi enfermizos en muchas ocasiones, no hay dudas que Santa Klaus es mucho más funcional que Jesús para promocionarlo. Los centros comerciales se llenan de él -un gordito de sonrosados cachetes y colorida vestimenta- y no de un flaco esmirriado que llama al ascetismo.
Pero si se trata de difundir el espíritu de amor incondicional entre todos (lo cual pudiera tener, además de una buena intención, algo de ingenuo -la dinámica humana pareciera moverse por otros determinantes y el amor desinteresado no existe, salvo el establecido de padres a hijos-), si se trata de predicar y poner en práctica ese presunto 'socialismo' original que habría traído Jesús, el osado carpintero crucificado por el gran poder imperial de Roma por difundir la confraternidad y la hermandad, ¿por qué hacer esto sólo cuando se celebra su nacimiento? Si se trata de ser 'buenos' y solidarios, ¿sólo en diciembre es posible? ¿Por qué no durante todo el año? ¿O durante todo ese tiempo atrae más el mensaje de Santa Klaus y su llamado al consumo? Bueno
consumir, celebrar fiestas, parrandear, no es feo, obviamente. ¡Es imperiosamente necesario además! Es parte de nuestra salud mental. ¿Pero por qué no hacerlo equilibradamente todo el año también? Porque, en definitiva, de eso se trata el ideal socialista (el moderno al menos -dejemos de lado la discusión sobre si la enseñanza de Jesús fue 'socialismo'-): consumir responsablemente todos los días del año (nadie debería pasar hambre ni sufrir privaciones de necesidades elementales) y ser solidarios también todos los días del año. Amarnos siempre
bueno, la psicología muestra que es algo difícil (el amor sale a cuentagotas, el amor es narcisista, es decir: egoísta). Pero sí respetarnos. Nadie está obligado a amar a nadie, pero sí a respetarlo. Y no se necesita la fiesta de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo para ponerlo en práctica. ¿O sí?
Si ese ideal no se cumple, seguiremos consumiendo según los poderes nos lo ordenen
o nos lo permitan. Y en todo caso nos dejarán el consuelo de un Santa Klaus una vez al año. Pero por supuesto que nos merecemos algo mejor.
(Fuente: Argenpress)
fiebre de Papá Noel
O la pérdida del sentido cristiano de la Navidad
Por Carlos Boschetti *
La Navidad, este año, fue como nunca una demostración de como los argentinos - y el resto de los países latinos - han cedido a la tentación de parecerse a los anglosajones del norte, autodefinidos como "el primer mundo". Papá Noel, o Santa Claus, fue sin dudas la estrella fulgurante en este firmamento navideño del que parecen haber sido desterrados definitivamente el Niño Dios en su pesebre (foto), los Reyes Magos y otros símbolos propios de la Natividad cristiana que los argentinos supimos tener en otros tiempos.La fiebre consumista se mostró en todo su esplendor. Los argentinos salieron a "comprarse todo", un poco porque la economía funciona mejor y hay salarios para gastar, pero un mucho por la presión publicitaria que, en más de un caso, lleva a gastar lo que no se tiene.
Esa presión publicitaria, profusamente desplegada por las empresas medios de comunicación mediante, tuvo como rasgo distintivo y destacado la presencia del ya mencionado Papá Noel o Santa Claus.
Un personaje inspirado en un obispo griego de la edad media que, merced al despliegue marketinero de determinadas empresas norteamericanas a fines del Siglo XIX y comienzos del XX, llegó a convertirse en el símbolo del regalo fácil y del hiperconsumo que demandaba la escala de producción del capitalismo moderno.
¿Quien es Santa?
Se cree que esto sucedió alrededor del año 1624. Cuando los inmigrantes holandeses fundaron la ciudad de Nueva Amsterdam, más tarde llamada Nueva York, obviamente llevaron con ellos sus costumbres y mitos, entre ellos el de Sinterklaas, su patrono (cuya festividad se celebra en Holanda entre el 5 y el 6 de diciembre).
En 1809 el escritor Washington Irving, escribió una sátira, Historia de Nueva York, en la que deformó al santo holandés, Sinterklaas, en la burda pronunciación angloparlante Santa Claus. Más tarde el poeta Clement Clarke Moore, en 1823, publicó un poema donde dio cuerpo al actual mito de Santa Claus, basándose en el personaje de Irving. En ese poema se hace mención de una versión de Santa Claus, enano y delgado, como un duende; pero que regala juguetes a los niños en víspera de Navidad y que se transporta en un trineo tirado por nueve renos, incluyendo a Rudolph (Rodolfo).
Posteriormente, hacia 1863, adquirió la actual fisonomía de gordo barbudo bonachón con la que más se le conoce. Esto fue gracias al dibujante sueco Thomas Nast, quien pergeñó este personaje para sus tiras navideñas en Harper's Weekly. Allí adquirió su vestimenta y se cree que su creador se basó en las vestimentas de los obispos de viejas épocas para crear este "San Nicolás", que en ese momento ya nada tenía que ver con San Nicolás de Mira.
A mediados del siglo XIX, el Santa Claus estadounidense pasó a Inglaterra y de allí a Francia, donde se fundió con Bonhomme Noël, el origen de nuestro Papá Noel, quien tenía parecido físico con Santa Claus, pero vestía de blanco con vivos dorados. Igualmente a fines del siglo XIX, a partir de un comercial americano de la Lomen Company, se crearía la tradición de que Santa Claus procedería del Polo Norte; y se popularizaría completamente los renos navideños como medio de trasporte de Santa Claus.
Luego, a comienzos del siglo XX en 1902, el libro infantil The Life and Adventures of Santa Claus de L. Frank Baum's, se origina la historia de cómo Claus se ganó la inmortalidad, al igual que su título "Santa".
El Santa de Coca Cola
Igualmente, ya en el siglo XX, la empresa Coca-Cola encargó al pintor Habdon Sundblom que remodelara la figura de Santa Claus/Papá Noel para hacerlo más humano y creíble. Esta versión data de 1931. En este punto, sin embargo hay que aclarar que es solo una leyenda urbana la creencia de que el color rojo y blanco de Santa Claus tenga su origen como tal, aunque sí su popularización, en los spots que la marca Coca-Cola empezó a hacer a partir de 1931. Esto ya que hay muchas ilustraciones y descripciones casi fidedignas anteriores al spot como la de Thomas Nast (1869) o St. Nicholas Magazine (1926), entre otras; eso sin considerar además las antiguas representaciones religiosas del obispo San Nicolás de Mira ó San Nicolás de Bari, en las que es común el color rojo y blanco de la vestimenta religiosa. Por ello, si bien es cierto que desde mediados de 1800 hasta principios de 1900 no hubo una asignación concreta al color de Santa Claus, siendo el verde uno de los más usados; sí se considera que su campaña masiva sí fue una de las principales razones de por qué Santa Claus terminó vestído de color rojo y blanco, aunque no hayan sido los primeros en usarlos.
Referente a su origen, como la leyenda se originó en el Hemisferio Norte, a principios del siglo XX se esparció la idea de que viviría en el Polo Norte; sin embargo igualmente hay que recordar que existen otros lugares cercanos postulados como su hogar, los cuales son: Laponia sueca, Laponia finlandesa y Groenlandia; puesto que el Polo Norte está en medio del Océano Ártico.
Leyenda actual
Así el mito actual cuenta que Santa Claus viviría en el Polo Norte junto a la Señora Claus y una gran cantidad de duendes, llamados bendegums, que le ayudan en la fabricación de los juguetes y otros regalos que le piden los niños a través de cartas.
Para poder transportar los regalos, Santa Claus los guardaría en un saco mágico; y los repartiría a las 00:00h del día 25 de diciembre, en un trineo mágico volador, tirado por "renos navideños", liderados por Rodolfo (Rudolph); un reno que ilumina el camino con su nariz roja y brillante, siendo el último en agregarse a la historia.
Nos quedamos sin Cristo
Obviamente, la imagen del Santa Claus de la producción capitalista es la que prevalece en nuestros días. El personaje, nacido en los países del Norte anglosajón, se ha globalizado en desmedro de otras tradiciones navideñas más auténticas y menos ligadas al consumo de bienes y servicios.
Los hogares argentinos - salvo contadas y honrosas excepciones - ya no registran al pesebre de Belén y se inclinan por el obeso anciano de blancas barbas y vestido a la usanza de los países en los que diciembre viene acompañado de nieve, viento y frío.
Esta pérdida de la identidad religiosa de la celebración navideña tiene una contrapartida cultural: la fecha ha dejado de ser un marco propicio para las reuniones familiares y la reflexión sobre la venida al mundo del redentor y ha pasado a ser un fantástico argumento de ventas.
Además, los excesos están a la orden del día: los argentinos, entonados por el hiperconsumo y las buenas ondas de Santa, beben en exceso y eso se refleja en la estadística accidentológica del día 24: al menos 13 personas murieron en varios siniestros de diversa índole. Además, en la Nochebuena se registraron dos homicidios y gran cantidad de personas sufrieron heridas de diversa gravedad al manipular artículos de pirotecnia.
* Editor responsable El Sudeste de Córdoba 26/12/07)
Navidad: un festejo universal anterior a la antigüedad clásica
Por Fernando Del Corro (*)
Rebanadas de Realidad - Portal Mercosurnoticias, Buenos Aires, 24/12/07.- Desde hace varios miles de años, aún mucho antes de la antigüedad clásica, los hombres vienen festejando la "Nochebuena" y la "Navidad", aunque se correspondiera con diferentes tradiciones religiosas ya que, en el fondo de las cosas, lo siempre subyacente es el reinicio del ciclo solar como hilo conductor de la vida, de la inmortalidad no de cada hombre, sino del genero humano como tal.
Tal vez por esa razón los festejos de la Navidad (natividad o nacimiento) sean compartidos casi universalmente, por personas de las más disímiles tradiciones culturales, a las que se sumó la del cristianismo desde que el papa Julio I, que ofició el cargo entre el 337 y el 352, decidió mudar el día del presunto nacimiento de Jesús de Nazareth del 6 de enero al 25 de diciembre. Mucho más desde que Liberio I introdujo en 354 esa fecha en la liturgia católica como conmemoración oficial, algo que, de hecho, ya sucedía en la sociedad porque los cristianos nuevos que se sumaban a las filas de esa iglesia, y que constituían una inmensa mayoría, continuaban festejando el 25 de diciembre, fecha atribuida al "nacimiento" del viejo dios oriental Mitra.
Otro elemento en la fijación de la fecha, fue que el emperador Constantino (recién bautizado cristiano en su lecho de muerte por el obispo arriano Eusebio de Nicomedia), aquél que hizo de esa religión años antes la oficial del estado romano era, en verdad, un seguidor de Mitra y conmemoraba la fiesta solar del 25 de diciembre de manera que impulsó su adopción por el nuevo credo. Es que la Navidad, más que un nacimiento propiamente dicho, es la vida misma que se renueva, como el propio Sol, que a lo largo del ciclo, tras pasar por los dos equinoccios (primavera y otoño) y dos solsticios (verano e invierno) de su eterno viaje elíptico, según los viejos cálculos astronómicos, se situaba, en el último de ellos, el 25 de diciembre sobre el Trópico de Capricornio.
El cambio de conmemoración del nacimiento presunto de Jesús tuvo un importante efecto de reclutamiento para las filas de los católicos, habida cuenta de que la religión solar de Mitra, surgida en la India y difundida en occidente desde Persia, ya era practicada en la península itálica desde mucho antes de la aparición del estado romano en el 753 ANE (antes de nuestra era). Los etruscos, que habitaban aproximadamente la actual región de la Emilia-Romana con capital en Bologna, ya adoraban antes de esa época a Jano, el sol, el de las dos caras llamadas "puertas" (del cielo), homenajeado también el 25 de diciembre, y de cuyo nombre, el mítico rey Numa Pompilio, tomó la denominación de enero (entrada) para el primer mes del año en su reforma del calendario.
La de "Mitra", el sol, que reinaba sobre el día, mientras "Varuna", la Luna, gobernaba sobre la noche en los orígenes del culto en la India , fue la tradición que dió lugar a todos los sistemas de medición del tiempo en las diferentes religiones, tanto los solares, que terminaron por imponerse, como los lunares, hoy desusados.
En verdad las religiones solares no sólo se encuentran entre los etruscos, los indios y los persas, sino que forman parte de la cultura universal, aunque en cada caso con rituales diferentes o con algunas variantes en su teogonía, acerca de lo cual se han hecho estudios en diversas culturas como los incas (Inca es Sol), los mayas, los aztecas, los egipcios y muchos otros. Mitra, en la mitología indostánica, había nacido de una madre virgen, integraba una trinidad religiosa, y antes de su partida hacia la eternidad para iluminar a los hombres, tuvo una "última cena" con sus camaradas, lo que lo muestra como el antecedente más directo de lo que en Occidente cobró forma bajo la más moderna tradición cristiana. La verdadera fecha del nacimiento de Jesús ("Cristo" es una denominación posterior griega que significa Mesías), sobre quién sólo hay una confusa mención histórica de Flavio Josefo, uno de los jefes de la sublevación en Palestina de tiempos de Nerón, en "La guerra de los judíos", por lo que su ubicación temporal ha dado lugar a muchos trabajos.
Uno, el primero y más importante por sus efectos, fue el del monje sueco Dionisio "El Exiguo" (por su pequeñez), matemático e historiador, considerado uno de los sabios de la iglesia católica de la época, quién, comisionado por el papa Juan II (pontífice entre 533 y 535) encaró los trabajos que le indicaron que Jesús había nacido en el 753 de la era romana, entonces vigente. El pedido papal había sido la resultante de un acuerdo del mismo con el emperador bizantino Justiniano I (reinó entre 527 y 548), mediante el cual se acordó que a los efectos de consolidar la alianza entre el poder temporal y el poder religioso, se elaborase un nuevo calendario que debía partir con el año del hipotético nacimiento de Jesús. Este, según las fuentes, debe haber nacido en los años 6 o 7 ANE (algo que fue reconocido por el papa Juan Pablo II un par de años antes de su muerte), más probablemente en este último, por la referencia al censo de Cayo Octaviano Augusto al explicar el viaje de María, encinta, a Belén; al tiempo que la matanza de los "Santos Inocentes" refuerza esa idea, ya que la misma aconteció cuatro años antes de la muerte del tetrarca Herodes "El Grande", acaecida en 2 ANE. En lo que hace al día más preciso, el gran astrónomo alemán Johannus Kepler (1571-1630), descubridor de las tres leyes que rigen el movimiento de los planetas, tras algunos estudios en la materia estableció tres fechas posibles para el nacimiento de Jesús, las del 29 de mayo, el 3 de octubre y el 4 de diciembre, siendo la primera la más probable por las referencias al verano.
Las fechas de Kepler surgen del hecho de que los tres Reyes Magos (al parecer astrónomos persas, lo que habla de más relaciones con Mitra), seguían la "Estrella de Belén", un fenómeno astronómico que se da solo en muy escasas oportunidades y que surge de una conjunción entre los planetas Saturno y Júpiter, que sólo, en aquellos tiempos se pudo haber dado en esas tres circunstancias.
El dato, aportado por Kepler en 1603, surgió de lecturas del rabino y astrónomo Abranavel, referidas a la importancia que se tenía sobre dicha conjunción, dentro de la constelación de Piscis (hoy signo de piscis), oportunidad en la que, al acercarse ambos planetas, se produce la ilusión visual de la "Estrella de Belén", la que debía acompañar la llegada del mesías de Israel.
Así bajo la creciente presencia oriental, reflejada hasta en la "mitra" obispal (réplica moderna de la corona de Bizancio), los viejos cultos "paganos" (de pago, terruño), fueron "catolizados" (universalizados) al calor de un estado que pretendió tardíamente dar un contenido ideológico a su idea de globalización, vía el cristianismo primigenio de origen judaico monoteista.
(*) Periodista, historiador, docente en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires.
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